sábado, abril 20, 2024
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Cambien la bandera española

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Zapatero cometió en 2010 un error histórico al dejar pasar la ocasión de sustituir el actual escudo de la bandera de España por una representación de la cara que puso Andrés Iniesta después de marcarle el gol a Holanda en la final del Mundial de Suráfrica.

Todo el mundo habría aceptado el cambio y aquel Gobierno habría abierto la vía para zanjar la cuestión de los símbolos del Estado, que vuelve a la actualidad cada 14 de abril con la conmemoración del aniversario de la Segunda República.

Porque España es, también en materia de símbolos, una rareza de Occidente. Su anomalía consiste en ser de los pocos países cuya bandera, escudo e himno no cumplen la función para la que fueron instituidos de suscitar un sentimiento abrumador de pertenencia y unidad.

En cualquier celebración colectiva hay personas a las que se les agria la cara si alguien exhibe la bandera o suenan los acordes de la Marcha Real. Sus motivos tendrán. Al mismo tiempo, incluso entre los defensores a ultranza de los actuales símbolos abundan quienes prefieren honrarlos con discreción para no ser etiquetados políticamente.

Incluso entre los defensores a ultranza de los actuales símbolos abundan quienes prefieren honrarlos con discreción para no ser etiquetados políticamente

El fútbol es de los pocos ámbitos capaces de unir al país en torno a los símbolos. Por eso habría que buscar en esa esfera un icono capaz de suscitar apoyo unánime. El retrato de Iniesta ya no sirve de escudo porque, superada la etapa gloriosa de la Selección, el jugador vuelve a ser más del Barça que otra cosa y los hinchas del Real Madrid podrían cabrearse. También hay que descartar a Casillas, pues hoy su trayectoria es fuente de divisiones. Después de una buena pensada, uno llega a la conclusión de que es una pena que Simeone sea argentino porque el milagro de unidad que ha obrado en el Vicente Calderón es grandioso. Habrá que encontrar otras soluciones.

Por seguir con el fútbol, conviene recordar que incluso en el mejor momento de ‘La Roja’ hubo quienes tuvieron problemas morales para identificarse con el país al que representaba el equipo. De ahí que una de las consecuencias más folclóricas de aquel inolvidable encadenamiento de éxitos deportivos fuera la comercialización de una camiseta ‘republicana’ de España, que incluía una franja morada. Aquella prenda fue el salvoconducto perfecto para que los detractores del actual régimen pudieran participar de la fiesta y exhibir su pasión por España como el que más, sin miedo a que los camaradas pudieran desconfiar de su militancia.

Lo curioso del caso es que el morado nunca fue parte de la camiseta de la Selección e incluirlo suponía alterar uno de los pocos símbolos con que la gente ha estado históricamente de acuerdo. Salvo excepciones muy puntuales dos monarquías, una república, dos dictaduras e incluso una ‘dictablanda’ han vestido de rojo al combinado español.

En cuanto a la bandera, parece que el problema es la presencia debajo del amarillo de una segunda franja roja que los republicanos rechazan pero que defienden a muerte precisamente los menos ‘rojos’ del país. Cambiarlo por el morado no arreglaría nada porque provocaría el mismo enfado pero a la inversa. Hay que buscar pues un tercer color que no disguste a la mayoría.

El blanco queda descartado por ser muy del Madrid. El negro tampoco sirve porque es triste y no pega con nuestro carácter, mejor dejarlo para los alemanes, belgas y estonios, cuyas cabezas están amuebladas de otra forma. Poner bajo el amarillo una franja marrón caca sería insultar a la enseña y el rosa parece infantil y está muy manido por su asociación con causas nobles como la lucha contra el cáncer.

Una buena opción sería el naranja, que los jóvenes vinculan con las oportunidades. Lo malo es que se lo ha apropiado para su partido Albert Rivera e incluirlo ahora en la bandera supondría lanzar al mundo el engañoso mensaje de que aquí todo quisque es de centro.

Y como el azul tampoco vale por ser el color del PP, por descarte sólo queda el verde. Parece una opción sensata: es el color de la esperanza, de los ecologistas de izquierdas y de los empresarios de derechas que han visto en la presunta lucha contra el cambio climático infinitas oportunidades de negocio. Es uno de los colores de la bandera portuguesa, factor que nos acerca a los vecinos y al sueño de Iberia. El verde también es el color del Islam y dicen los entendidos que el pueblo español es como es gracias en parte a la herencia musulmana.

Rojo, amarillo y verde. Quedaría una bandera bonita. Habría que solventar obstáculos menores, entre ellos invitar a comer a los embajadores de Ghana y Guinea Conakry, que seguramente protestarían por plagio. Un gran reto que podría servir para que la Diplomacia española demostrara de una vez todas sus capacidades.

César Calvar

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