jueves, abril 25, 2024
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Vargas Llosa y los misiles rusos

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The Washington Post publicó hace unos días que Rusia ha iniciado en Siberia el ensamblaje de ‘Sarmat’, la nueva joya de sus fuerzas nucleares estratégicas. ‘Sarmat’ es la última moda en misiles intercontinentales, artefactos que encantan a los rusos desde finales de los cincuenta, cuando el premier soviético Khruschev inauguró la cultura del macarrismo nuclear: “Que este invento penda sobre los capitalistas como la espada de Damocles”, dijo en 1961 a sus ingenieros atómicos.

Lo que empezó en Rusia en 1957 con el inofensivo lanzamiento del satélite ‘Sputnik’, a comienzos de los setenta se había convertido ya en una gran industria. A partir de 1972, y en sólo una década, la URSS produjo 4.125 cohetes balísticos intercontinentales para desquicie de los estrategas de Estados Unidos, cuyos nervios llegaron al límite en 1975 con el despliegue de 308 unidades de ‘Satán’ (SS-18), un enorme e infernal artilugio capaz de transportar diez cabezas nucleares.

Pero el escenario diabólico que auguraba ‘Satán’ es poca cosa comparado con lo que puede hacer ‘Sarmat’, un monstruo capaz de trasladar hasta 15 ojivas nucleares de guiado individual y de burlar los escudos antimisiles norteamericanos. El bicho tampoco tiene los problemas de alcance que trastornan a los pobres norcoreanos, desesperados por fabricar algún día un cohete capaz de llegar hasta la Casa Blanca, aunque sea siquiera para estropear una cisterna. ‘Sarmat’ puede recorrer de un tirón toda la circunferencia de la Tierra. Ni más ni menos.

Cuando leí por primera vez sobre ‘Sarmat’ pensé que los rusos lo habían desarrollado para utilizarlo contra sí mismos. Gracias a su enorme alcance, el cohete podría ser disparado desde Rusia, dar un giro completo alrededor del mundo y a la vuelta aniquilar el propio país en una misión de suicidio atómico sin precedentes. Para Putin eso equivaldría a disponer de una pastillita azul de veneno mortal como la que llevaba siempre consigo Jakub, el personaje de la novela de Milan Kundera ‘La despedida’, a quien poder quitarse la vida uno mismo cuando le diera la gana le parecía la cumbre de la libertad y del regocijo humanos.

Sin embargo, los expertos ya han aclarado que ‘Sarmat’ no responde a un plan de inmolación atómica del Kremlin sino que está concebido como arma espacial. Una de sus versiones será capaz de colocar en órbita cargas nucleares de hasta cinco toneladas, que luego podrán ser lanzadas a discreción desde el espacio sobre el enemigo que corresponda.

¿Qué pasaría si uno se estropeara y cayese, por ejemplo, en España, sobre el tejado bajo el que Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa viven su apasionado noviazgo?

Y digo yo, ¿a nadie le parece un peligro llenar el cielo de cacharros de esos? ¿Qué pasaría si uno se estropeara y cayese, por ejemplo, en España, sobre el tejado bajo el que Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa viven su apasionado noviazgo? Aunque no explotara, eso podría provocar un holocausto emocional al arruinar la última gran historia de amor que ha conmovido a este país. Imaginen que un trozo de fuselaje de ‘Sarmat’ afectase al vigor del último premio Nobel de Literatura de habla hispana, que a sus 80 años recién cumplidos ha demostrado que está en plena forma y que –al contrario que Jakub- no necesita pastillitas azules de ningún tipo para sentirse libre y regocijarse.

Vargas Llosa vive estos días una nueva juventud como galán hispano junto a la siempre lozana Isabel Preysler, de 65 años, y también como referente ideológico del mundo libre de la mano de políticos como Mariano Rajoy, del siempre belicoso José María Aznar y de la incombustible Esperanza Aguirre. A la vista del juego que da su noviazgo con la Preysler, uno lamenta que ya no esté entre nosotros José María Ruiz-Mateos, porque los anuncios en televisión de sus chocolates o licores podrían ser de primera categoría.

El escritor y político gallego Daniel Castelao, en su obra de teatro ‘Os vellos non deben namorarse’, avisa a todos los ancianos del mundo de que hay que tener cuidado con Cupido a ciertas edades, y más si caen en brazos de mujeres más jóvenes, ya que corren el peligro de fenecer de felicidad. No hay duda de que el vigoroso Vargas Llosa también sorteará ese riesgo y de que cumplirá muchos años más al lado de su novia y de Céline, el perro gran danés que ella le regaló en su última fiesta de aniversario.

César Calvar

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