jueves, abril 18, 2024
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¡Nada por escrito!

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Todo se filtra, sin respetar “altas cunas ni bajas camas”: correos electrónicos, mensajes telefónicos, wasaps, transcripciones de conversaciones telefónicas, audios de diálogos callejeros o en despachos, viviendas y automóviles. Todo, y mucho más.

La madre de mi mejor amigo siempre exclamaba: ¡Nada por escrito! Con razón, porque antiguamente las palabras se las llevaba el viento. Hoy en día no es así. Conviene ser muy prudente porque hasta lo verbal tiene plasmación escrita. Las palabras salen de nuestras bocas y parecen cristalizarse en globos con texto como en las viñetas de los tebeos. En las retransmisiones deportivas vemos como los jugadores hablan entre ellos poniendo su mano encima de la boca porque hay especialistas que saben «leer” en los labios lo que se dice.

Hace poco, en Madrid, una conductora se dio a la fuga tras atropellar y matar a un ciclista. Fue identificada gracias a diversas cámaras de vigilancia en la zona del infortunio. No es la primera vez que estos chivatos silenciosos permiten perseguir a delincuentes o terroristas. Situadas en fachadas y postes nos miran sigilosamente. Nosotros apenas nos damos cuenta porque se funden con el paisaje o se sitúan en alturas a las que nuestra mirada no suele dirigirse pero nos ven y nos recuerdan.

Nuestra vida pública y privada está a la merced de una vigilancia de la que generalmente no nos percatamos del todo. Estamos asimismo a la merced de filtraciones interesadas, a veces dolosamente incompletas y parciales. Nuestra vida privada está constantemente invadida y lo será más con los incipientes drones con los que en el futuro podemos incluso imaginar algunos de vigilancia parental para desgracia de hijos propensos a novillos o pellas.

No parece realista conseguir impedir todas las agresiones a nuestra privacidad cuando a través de los tabiques pueden seguir llegando a veces las peleas matrimoniales de los vecinos o los gemidos de sus amoríos. Sin embargo, y sin perjuicio de una cada vez más exigida transparencia, es imprescindible limitar ciertos accesos y difusiones. Sobre todo cuando lo privado se convierte en público violando los secretos de investigaciones en curso o de sumarios judiciales.

En todo caso, es indispensable ejercer una prudencia cuya ausencia sorprende en determinados personajes públicos porque, además, muchas veces queda cuestionada su sensatez. Simon Peres, líder laborista israelí que lo ha sido todo políticamente en su país, incluso Presidente, comentaba que él era consciente de que su teléfono estaba intervenido hasta por el Mossad, el servicio de espionaje israelí. Ahora bien, como ya no es realista esa recomendación anterior de la madre de mi mejor amigo, conviene, por mera cordura, no dejar rastros que luego puedan ser incómodos. Especialmente cuando se está en cargos institucionales.

Así, mensajear animando y apoyando a un amigo o subordinado encarcelando o investigado (“imputado” se decía antes) no sólo es impropio por parte de cargos y representaciones públicas, y de cualquiera que aspire a una respetabilidad, es una locura que suele decir bien poco del “mensajista” que, muchas veces, intenta mirar a otro lado cuando le pillan, como si nada hubiera ocurrido. En tal caso lo mejor es, más bien, coger el toro por los cuernos, dando la cara que, según los casos, puede ser ofrecer una explicación, pedir perdón o dimitir. Todo esto duele en los numerosos egos que nos rodean de arriba abajo pero más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo.

La actitud posterior a la filtración es muy importante sobre todo cuando la misma subraya una falta de criterio, un comportamiento inadecuado o, a veces, ilegal. Muchos han acabado cayendo en el pasado por no explicarse, por no disculparse o por no apartarse a tiempo. Mejor dar cuenta o abandonar el escenario enseguida y no tardíamente a empujones. Sin duda es como tomar cicuta, pero la amargura es pasajera y se sobrevive. La conciencia queda mejor cuando se da con humildad razón de lo hecho y se asumen las responsabilidades incurridas.

Ello no condona lo lamentable de las filtraciones, siempre interesadas y malintencionadas. Exigir profesionalidad y respeto a las reglas a quienes manejan expedientes para evitar procesos inquisitoriales públicos, juicios de prensa y penas de televisión no impide, sin embargo, constatar la eventual ausencia de seriedad de los desnudados ante los focos públicos con sus oportunas consecuencias que, generalmente, demandan reacciones que permitan recobrar la confianza en las Instituciones y en aquellos que las representan. Sin confianza el edificio constitucional solo se agrieta y cuando éstas se agrandan lo derrumban o se necesitan reparaciones estructurales.

Carlos Miranda

Embajador de España

Carlos Miranda

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