jueves, abril 25, 2024
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Un turista extraviado por Damasco vería ahora, dicen, enaltecida la imagen de Putin por todos lados: banderas, paredes, carteles. Normal. Rusia lleva tiempo comprobando el pusilánime apoyo occidental a los legítimos opositores empeñados en derrocar a Asad que ya les ametrallaba siendo pacíficos. Un dictador apoyado en su minoría religiosa alauí emparentada con la chií, razón por la que Teherán también respalda a Asad. Rusia estima, acertadamente, que el mantenimiento de la guerra civil siria engendra una inestabilidad en el Oriente Medio que solo beneficia al Califato sanguinario del autodenominado Estado Islámico y a Al Nusra, la franquicia siria de Al Queda.

Como estos opositores no consiguen prevalecer y Moscú tiene que proteger sus bases militares en Siria, Putin estima necesario, primero, restablecer plenamente a Asad para, luego combatir al Califato que también es una amenaza para Rusia que en el Cáucaso y en el sur de Asia convive, dentro y fuera de sus fronteras, con el Islam.

No parece importarle, pues, que Asad recupere plenamente su poder en Siria si en Egipto todos aceptan al general golpista Asisi, un calco de Mubarak, el dictador expulsado en su día por las revueltas populares que dieron paso democráticamente a Morsi, líder de los Hermanos Musulmanes, quien de Presidente no actuó ya tan democráticamente.

De tener que soportar a un dictador, siempre mejor el de uno y algo preferible que un desgobierno como en Libia

De tener que soportar a un dictador, siempre mejor el de uno y, asimismo, algo preferible, piensan los realistas, que un desgobierno como en Libia, Estado actualmente fallido, que ahora acoge una sucursal del Califato que dispondría ya de más de seis mil guerreros y del control de unos doscientos cincuenta kilómetros de costa. Washington ya les bombardea y parece que París, Londres y Roma, estarían pensando en alguna operación militar para limpiar Libia de estos fieles califales. Sin duda complicado y arriesgado pero alguien tendrá que solucionar el ingenuo desaguisado de haber pensado que tras la caída de Gadafi, único vínculo de una Libia tribal, ese país se ordenaría automáticamente según los parámetros democráticos occidentales.

Europa tampoco debiera aceptar que la sucursal califal se asiente en Libia

Si en 2011 Europa no podía aceptar el baño de sangre que se habría producido en Bengasi por las huestes de Gadafi de no haber sido éstas destruidas por la OTAN, con el consiguiente derrocamiento del dictador libio, ahora Europa tampoco debiera aceptar que la sucursal califal se asiente amenazándola desde cientos de kilómetros de una costa vecina, extendiéndose asimismo hacia el sur, controlando ingentes cantidades de gas y petróleo y enlazando más fácilmente con el terrorismo subsahariano.

En Siria, el realismo de Putin y sus intereses están supliendo la indecisión de los occidentales que posiblemente tendrán que, tapándose la nariz, volver a tratar con Asad, cual un Asisi cualquiera, y aceptar al despiadado dictador por no haber sido éste ni derrocado ni renovado. Ello en aras a un enfrentamiento más eficaz y coaligado frente al Califato, la amenaza más inmediata tanto para a la estabilidad regional como para la occidental y la de otras partes del mundo. Un paso en esa dirección podría serlo, con un retorno a la pasada bipolaridad de la Guerra Fría en Siria, la reciente firma en Múnich por Moscú y Washington de un alto el fuego a plazo facilitando que Asad, con la ayuda militar rusa, siguiese reconquistando territorios en poder de los opositores. ¡Brillante Putin!

La lucha contra el Califato en sus territorios de Siria e Irak será, sin embargo, una empresa desordenada pues, tras un interés común contra ese Califato, se seguirán situando las diferentes pretensiones de cada cual, frecuentemente antagónicas.

En medio de todo esto, ¿qué hace España? Poco salvo decir que ya hace mucho

Así, el objetivo prioritario de Turquía seguirá siendo el de reducir a los kurdos; el de Arabia Saudí, contrarrestar la influencia iraní canalizada a través del milenario cisma chií en diferentes partes del Oriente Medio; el de Irán, socavar el poderío saudí basado en la ortodoxia suní interpretada por el radicalismo oficialista del wahabismo, una versión muy estricta del Islam que incluso favorece, especialmente en otros países, el radicalismo yihadista y terrorista suní como el del Califato o de Al Queda; el de Rusia, reducir la influencia occidental para volver al equilibrio regional de cuando contaba de verdad por ser la Unión Soviética. Sin olvidar a Israel, donde casi todos prefieren que se olviden de ellos y, sobre todo, de los palestinos, mientras el yihadismo terrorista no quiera implantarse en los Altos del Golán o desestabilice Jordania.

En medio de todo esto, ¿qué hace España? Poco salvo decir que ya hace mucho. Como tantas veces vivimos en el pasado sin explicar convenientemente a nuestra opinión pública que en este mundo cada vez más interconectado no podemos quedar en el aislamiento de quien observa como otros resuelven problemas que también nos afectan. Los franceses pidieron nuestra ayuda tras los atentados de París del pasado noviembre y nosotros seguimos, por unos motivos u otros, a nuestra bola autista.

Carlos Miranda

Embajador de España

 

Carlos Miranda

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