viernes, marzo 29, 2024
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Pálpitos

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Cuando a Iglesias Turrión le preguntaron por sus cosas con Irán se explicó comparándose con Lenin, trayendo a colación el tren sellado en el que, gracias a los alemanes, volvió a Rusia en 1917 durante la Primera Guerra Mundial, una de las miniaturas históricas relatadas por Zweig en su Momentos estelares de la humanidad.

Pablo no es Vladimir ni Rajoy el Káiser. Tampoco ahora en España se decide el curso de la historia. Pero de señalarse en este trance momentos soslayados aunque dignos de mención, sin duda uno sería la primera conversación que ambos mantuvieron el 28 de diciembre, durante casi dos horas sin luces, taquígrafos ni streaming.

Sin aquel encuentro -al menos- y la exploración de escenarios que en él se diera me resulta difícil comprender lo que vino luego, el 22 de enero: la oferta a Sánchez de “una sonrisa del destino” a cargo de Podemos y la declinación concatenada de Rajoy, dos sorpresas ajustadísimas en el tiempo combinadas con un mismo propósito, el de poner a Sánchez (y al PSOE) a la intemperie para que sucumbiera ante una aventura imposible. De las confluencias a la concurrencia, de la grandilocuencia del Estado a los ardides del poder.

Sin embargo, su soberbia ninguneaba la capacidad del adversario. A pesar de las dificultades, errores o carencias todavía, Pedro Sánchez había demostrado desde su prehistoria cualidades de buen jugador muy relevantes en política: paciencia y acometividad, ambición y templanza, entre otras, y se creció ante el pase y el envite sacando beneficio en la partida.

Lo cierto es que el periodo que viene desde las elecciones hasta ahora está ahíto de escenas memorables: la criatura de Bescansa, flor de un día; policías municipales escracheando a un concejal con la indiferencia y hasta la comprensión de los notables (Fernández Díaz, Cifuentes…); las movidas de Esperanza, como suele, dudosa y explosiva, o los excesos, a mi parecer, contra los titiriteros de Tetuán.

Escribe Cervantes que Don Quijote, después de destruir el retablo de Maese Pedro, al reconocer su desvarío dijo: “Se me alteró la cólera”. Pero hay gente de la que no cabe esperar reconocimiento de desvarío alguno porque su cólera es proactiva, fluida e inalterable.

¿Qué va a resultar de todo esto y cómo? Maese Pedro  tenía un mono con el don de adivinar a dos reales la consulta, aunque solo sobre el pasado y el presente; de lo que el caballero andante  conjeturaba que había de ser cosa del diablo ya que el conocimiento del futuro solo a Dios se reserva. Pero aquí, pálpitos y monsergas aparte, hasta el final ni Dios ni el mono.

José Luis Mora

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