viernes, marzo 29, 2024
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Ni yerran ni dudan

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Cuando don Quijote y Sancho entraban en El Toboso, de noche, “el pueblo en un sosegado silencio” llegaron a tientas a la iglesia principal. “Con la iglesia hemos dado, Sancho”, dijo el Caballero, lo que se ha convertido en una frase de algo que no podemos cambiar. Cervantes hace un juego singular al referirse a la iglesia física del pueblo, el edificio, pero alargando la intención a la institución eclesiástica, inmutable, inamovible.

Hoy tendríamos que decir, “con el partido o con el oligopolio hemos dado”, o “con la compañía eléctrica hemos dado”. Una de las cosas que más nos sorprende en la vida pública actual es lo seguros que están los políticos y los directivos de grandes bancos y empresas de servicios, de telefonía, gas o electricidad, por ejemplo, de ser los únicos poseedores de la verdad. Se consideran infalibles e inamovibles y no admiten un ápice de duda. Gozan de una seguridad en sí mismos que envidiamos. Pero es quizá la seguridad que dan los pensamientos muy simples, banales, las meras simplezas.

Tantas veces hemos criticado lo de hablar ex-cátedra, acusando a papas y otros ortodoxos de ser inmunes a la mínima duda y ahora resulta que los que pretenden ser nuestros adalides son los que jamás se equivocan. No se equivocan porque no arriesgan el pensamiento. Sus objetivos son utilitarios, pragmáticos; no cabe ahí ni la duda ni el error.

Hoy tendríamos que decir, “con el partido o con el oligopolio hemos dado”

Me dirán que para ser dirigentes, sea de un partido o de un oligopolio la duda no es buena. La duda es virtud en los pensadores y lacra en los decisores. Ya aventuró esa tesis Isaiah Berlin distinguiendo entre la inteligencia del zorro y la del erizo (éste sólo sabe una cosa, pero está seguro).

Pero lo peor son los ignorantes o los simples que deciden, sin jamás reconocer el error, como recordaba el otro día Emilio Lledó en el homenaje al abogado y luchador por la democracia en España, Jaime Sartorius. Aquí parece que hay muchos que se creen con capacidad para decidir, en su petulancia, siempre tan seguros de sí mismos que jamás se equivocan. El profesor Lledó confirmó que es uno de los riesgos de la libre expresión, al no haber límites a la tontería. Se puede decir todo, hasta la tontería más grande, pero es grave cuando quien la dice es un mandamás.

Como son infalibles, ninguno, o casi, busca el encuentro, el acuerdo, la verdadera negociación, rara vez dimiten o piden excusas. Si todo lo saben ¿para qué negociar? Nunca se han equivocado ni han hecho nada de lo que se tengan que arrepentir.

Apreciaríamos que los políticos y los directivos empresariales dejasen un espacio a la duda y a cierto sentido del humor, que tuvieran un cierto espíritu deportivo. Confiaríamos más en ellos porque nos parecerían más humanos.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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