miércoles, abril 24, 2024
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Marketing sexista, precio sexista

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Es más inaceptable que gracioso, se lo anticipo. Cansa un poco, para que engañarse. No solo existe una brecha salarial o digital de género, por ejemplo. No solo todavía hay quien segrega la educación por sexo. Ahora, hemos descubierto que, si queremos ahorrar, necesitamos comprar productos masculinos, diseñados para hombres.

Permítanme, en consecuencia, que hoy les distraiga de los asuntos de mucha enjundia que nos ocupan para ocuparme de lo que evidentemente solo preocupa a las mujeres: uno de los muchos episodios de desigualdad que padecemos cotidianamente.

Lo advertía en Diciembre el Washington Post, haciéndose eco de un estudio del Departamento de Consumo del Ayuntamiento de Nueva York: es mas barato un patinete coloreado de rojo niño que el mismo juguete en rosa niña, ya conocen la cosa de los colores. Los ingleses de The Times han constatado en Londres un fenómeno parecido: una maquinilla de afeitar para los señores es más barata que para las señoras.

Es decir, una nueva brecha: no solo el marketing tiene una escandalosa deriva sexista; también el precio discrimina.

Por muy leves nociones de economía que usted tenga, más o menos como las mías, sabrá que el precio es una medida de valor. Si es usted marxista dirá que el precio no tiene que ver con el trabajo incorporado sino que suma explotación; si no lo es, lo considerará suma de costes y legítimo beneficio.

Ahora bien, difícilmente encontrará una razón que justifique una diferencia de valor según sexo. Los productos incorporan una cantidad equivalente de trabajo; costes similares y se producen mediante transacciones idénticas.

Sin embargo, la cosa es esta: los mercados parecen haber descubierto que la diversidad, y especialmente la de sexo, es buen negocio. No es que las señoras compremos más, como señala el viejo chisme machista,  es que se nos vende más caro.

Esta es una absurda e injusta discriminación de mercado que se añade a muchas otras: la del empleo, la de su calidad, la de salario, la de conciliación. Ir a la compra se convierte en el resumen de todas estas discriminaciones: el precio no es un valor; es una medida de la discriminación.

No solo el marketing tiene una escandalosa deriva sexista; también el precio discrimina.

Molesta a las mujeres, molesta mucho y cada vez más, que sumemos, una vez tras otra, zonas cada vez mas hirientes de desigualdad. La falta de equidad se ha convertido no solo en un rasgo general de esta crisis sino en el marco general que se ofrece social y culturalmente a las mujeres.

Las empresas no darán otra razón que el mercado. Que un hada de Playmobil sea un 52% más cara que un pirata, a igualdad de tamaño y color, se debe, según el fabricante, a que la mercancía resulta competitiva.

Digámoslo de otra forma: se ha asumido que los productos de hipotético perfil femenino son más caros y esto esta asumido por los consumidores.

No se trata de una mínima, ni graciosa discriminación, un asunto de juguetes o de utensilios marginales.  Se trata de sumar una reducción adicional de renta a una capacidad adquisitiva menor que la de los hombres, a igualdad de trabajo y de consumo.

Cansa bastante estar sometidas, cada día, a mayores espacios de desigualdad en lugar de ir reduciendo las miles de brechas que nos afectan. Nos cansa bastante a las mujeres, para que engañarse, que la igualdad legal conquistada se desvanezca, minuto a minuto, en miles de trampas que resultan injustificables.

Debo informar a los señores fabricantes que no pienso discriminar, en el caso de mi nieto o mi nieta, ni juguetes por patrones de género, de colores ni cosas parecidas. Lo siento pero, a partir de hoy, pienso boicotear todo el margen comercial de género, o sea machista.

Libertad Martínez

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