viernes, abril 19, 2024
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La arrogancia

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Hay un pasaje tremebundo en la segunda temporada de House of Cards en la que Frank Underwood está reunido con una dirigente de su partido, Jackie Sharp, para buscar salidas a una situación a cara o cruz y, tras formular su propuesta, Jackie responde: “lo que me pide es casi una traición”. A lo que Frank replica: “Solo casi, y eso es política”.

Si bien no comparto el fondo de la afirmación, la evocación de este pasaje viene al caso por lo vivido la pasada semana con el espectáculo montado por Pablo Iglesias. Porque, en efecto, Pablo Iglesias no ha jugado a la política sino al engaño: con sus votantes, con su partido, con sus aliados y, por qué no decirlo, incluso consigo mismo.

Es cierto que no es, o no debería ser noticia, porque no es nuevo: en el año y medio de vida de esta formación les hemos visto pasar de defender los círculos asamblearios a promover una dirección férrea; de defender la pluralidad interna a excluir a los disidentes; de defender romper el candado de la Transición a elogiarla; de promulgar la revolución bolivariana a enmascararse bajo la bandera de la socialdemocracia, por no hablar de un programa electoral de ida y vuelta elaborado bajo el principio de donde dije digo, digo Diego… Es probable que estemos ante el partido político que en menos tiempo más veces ha traicionado sus postulados.

Pablo Iglesias no ha jugado a la política sino al engaño: con sus votantes, con su partido, con sus aliados y, por qué no decirlo, incluso consigo mismo

O no, que diría Rajoy, porque en el fondo el único postulado válido para Pablo Iglesias, lejos de la retórica, es el poder: el poder como fin, el poder por sí mismo.

La rueda de prensa posterior a la reunión con Felipe VI es la evidencia de todo ello.

Faltando al mínimo respeto institucional hacia la Jefatura del Estado y su función constitucional, Pablo Iglesias decidió que había llegado el momento de lanzar al Partido Socialista no una propuesta de pacto, sino un órdago con un único fin: hacer imposible un pacto de gobierno.

Y decidió hacerlo de la peor manera posible: presentándose en una rueda de prensa y sin haber hablado previamente con nadie como vicepresidente de un gobierno imaginario –¿dónde queda aquello de “no participaré en un gobierno que no pueda presidir”?– para el cual ya había elegido a sus ministros, incluso a uno de Plurinacionalidad, insultando gravemente y de forma impropia al secretario general del PSOE –en democracia las únicas “sonrisas del destino” son las que habilitan los ciudadanos con sus votos–, a los militantes de un partido centenario y, por descontado, a los más de 5,5 millones de personas que acudieron a votar al Partido Socialista el pasado 20 de diciembre. Por supuesto, ni una palabra en su boca sobre políticas o programas. Sin duda, ese paso de Juego de Tronos a juego de cromos marca la altura política de Pablo Iglesias.

La cuestión de fondo, con todo, es que ni aun formulada con seriedad y rigor esa propuesta dependería de Podemos dado que para prosperar no serían suficientes ni los 42 diputados de Pablo Iglesias ni los 27 de sus confluencias con partidos nacionalistas, ni los 2 de IU: exigiría al menos el voto favorable del PNV, que no acaba de aclararse con el derecho a decidir, y el inasumible voto favorable o abstención de alguno de los dos partidos separatistas catalanes, que acaban de lanzar un órdago a la unidad de España, toda vez que Ciudadanos ha proclamado por activa y por pasiva su negativa a un gobierno integrado por Podemos.

Lo dicho, la escenificación de una no-propuesta. Para ser nueva política, no demuestra más que tacticismo y arrogancia. La única diferencia con cualquier otro líder es que, por ahora, Pablo Iglesias parece seguir teniendo bula para todo, incluso para faltar al respeto a quienes le hacen preguntas incómodas. Parece…

P.D.: Con la Constitución en la mano, me sorprende la sorpresa generada en torno al no de Mariano Rajoy a su candidatura a la investidura. Lo sorprendente no es que declinara someterse a ella, habiéndose evidenciado que la única mayoría que puede reunir Mariano Rajoy en el Congreso es una mayoría en contra, sino la propuesta.

José Blanco

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