viernes, marzo 29, 2024
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El mejor club del Siglo XX

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Jugaba la BBC contra el Villarreal, una de las plazas más difíciles en la historia reciente del Madrid, y la derrota ya había comenzado en la previa. El Real ha pasado de ser un club de fútbol a un club-museo en el que se asocia realidad presente con historia pasada y grandeza con el peso económico y mediático de jugadores de fútbol que parecen actores de una película de catástrofes. La autoridad es una parodia de lo que fue. La transmisión del conocimiento está rota. Y la realidad del club vive secuestrada por una espesa capa de hipocresía rancia y cateta, -a la que desde fuera se le llama propaganda-, que es similar a la ideología que segregan las tiranías cuando pierden fuelle. El florentinismo sería algo parecido al realismo socialista. Las imágenes que se venden corresponden a batallas antiguas (incitando a una correlación con lo que está por venir). Los discurso que proceden del club, son triunfalistas en la victoria y ambigüos en la derrota. Nunca hay causas directas, ni un error de método o de concepto. En todo caso, actos de contrición y llamadas a la esperanza y a un mundo nuevo, ideal, que se abrirá mañana mismo a las puertas del Bernabéu. El futuro, así, será de nuevo conquistado por el pueblo madridista, siempre en marcha hacia algún destino final. Hay una verdad grandiosa que se instala en el subconsciente del club y en el de la afición en las semanas posteriores a las grandes derrotas. (El único espectáculo que ofrece el madrid). Esa gran verdad se construye contra el enemigo, que ataca de cualquier forma posible, insinuándose en ocasiones como falso amigo a través de la prensa. Es una verdad hecha de razonamientos infantiloides, ideas antiguas instaladas a fuego, mentiras imposibles de demostrar -ya que el interior del club está vedado a la luz-, y el interés de todos en que la cochambre siga en pie. Esa verdad es religiosa, metafísica y vagamente subnormal. 

Llegará el día

Es una forma de pensar en el que se funde la esperanza cristiana en la resurrección de los muertos con el mundo nuevo que prometían los evangelios y los marxistas. Un cielo azul como la muerte, al que sólo se accede por la vía del misterio. ¿Quién quiere entonces método y razón? El estallido del madrid hace 60 años, fue tan asombroso y en un país tan derrotado, que la luz que irradia desde entonces es la de las grandes religiones monoteístas. Había una certeza y era la victoria. Y la trascendencia era ganar. Cuando no se pudo competir en Europa, el baloncesto tomó el lugar del fútbol y la gran máquina de mitos siguió funcionando. Murió Bernabéu y todos entendieron que el madrid iba a pasar por una etapa de pequeñas victorias y grandes derrotas. El Madrid se hizo terrenal, pero la quinta del buitre volvió a ponerle en el lugar donde confluyen mitología popular y espectáculo de masas. Para recordar lo insidiosa de la propaganda madridista (sobre todo para los propios aficionados), cabe desempolvar todas las excusas que se ponían para evitar hablar de lo inefable. El hecho contrastado de que la quinta eran un grupo de niños mimados vapuleados por los grandes de Europa. El resto del mundo lo veía claro, el madridismo seguía comulgando con su fé inquebrantable. En realidad esto es un problema sólo cuando esa fé, ese espíritu mistérico e irracional se instala en el interior del club. Algo que ha pasado hasta las últimas consecuencias con el florentinismo. Florentino en el imaginario madridista es un Bernabéu neocon. Mejor comerciante, más blando en sus formas e igual de duro en el fondo, autoritario y paternal, incapaz de la autocrítica (algo que se ve como positivo: ya nos la hacen desde fuera, piensa el madridista) y con una visión trascendente que ilusiona a la masa. El problema es que ese «más allá» que promete el florentinismo está vacío de fútbol y pleno de imágenes bien empaquetadas y vacías de significado; marketing le llaman. Las giras del Madrid y sus cósmicas presentaciones son lo que el madrid es. El mismo más allá. Otros clubs lo hacen, pero saben levantar un muro entre la guerra y la propaganda. En el Real los muros son porosos y es indistinguible la ficción de la realidad, la religión banal del fuego sagrado (que ya sólo late en el barça), el auténtico drama de la ópera bufa. Florentino se cree los cuatro misterios del madridismo y no opera sobre la realidad, sino sobre leyendas tan erróneas como las palabras que se dicen los enamorados. Una vez despreciada la tradición -la línea que unía las diferentes máscaras del Real-, la reinvención del madridismo ha devenido en una utopía de cartón piedra. Ríos de papel albal y figuras de un belén viviente que sólo se agitan en lo espectacular: cuando les llega el rayo de luz a última hora de la tarde, con el mundo entero ante el televisor y quedan 20 minutos para el desastre final. Un blockbuster carísimo y terminal en el que el mundo siempre es destruido. En el primer capítulo de la saga (lisboa), el héroe salvó al mundo y a partir de ahí, se tumbó a descansar, saciado y voluptuoso, ascendido al olimpo, que es un lugar donde nadie repara las cañerías ni el alumbrado público, porque en teoría, no existen.

Jugaba la BBC contra el Villarreal y el Madrid comenzó perdiendo todos los partidos posibles en los primeros 15 minutos. En la antigüedad del primer Anchelotti estaba Xabi, hombre realista, con poso e inteligencia táctica suficiente para atar a sus delanteros a una idea. Y andaba por ahí Di María, que con su electricidad incitaba a todos a moverse de sus casillas. Así, aparecía el juego y el equilibrio, todo de una vez y para siempre. Sin ellos, cualquier precaución es imposible. Esta versión de la BBC te garantiza en las buenas un gol y medio por partido importante y en las malas la sequía más absoluta. Y por supuesto garantiza las maldades del fútbol: la falta de solidaridad y de táctica, y el desprecio por las pequeñas disciplinas que hacen un equipo. 

El Villarreal metió un gol tras pérdida de Modric, jugador al que se le está calcificando su exoesqueleto. Y batió un par de veces más la a zaga blanca con resultado de un balón al palo y un Real tembloroso, sin orgullo ni capacidad de reacción. Como si la realidad no fuera con ellos hasta el último plano de la función, el que suponen que se instala en la retina. Había una mancha de jugadores madridistas desconectados entre sí y que simulaban jugar al fútbol. Los castellonenses se quedaron perplejos de la facilidad para llegar a la última pantalla y, quizás pensaron que el Madrid se estaba guareciendo para comenzar los fatales contraataques que anuncia su publicidad. Regalaron el balón, se resguardaron y se dedicaron a esperar noticias. Nada llegó. Cristiano es una estatua ecuestre sin caballo ni pedestal, hecha de mármol, piedra y bisutería. No se mueve ni a tiros y Gareth, sin su consentimiento no quiere empezar la guerra. Karim que anda apurando sus últimos momentos en libertad, se dedicó a disfrutar de la vida, saboreando las cosas pequeñas como un mal control o un tuya mía con su amigo marcelo, moviéndose de aquí para allá sin llegar a ninguna conclusión. 

En el segundo tiempo, el Madrid atacó con cierta convicción y a la manera sioux. Cada uno a su aire y entrando duro por las bandas. Los artistas son incapaces del automatismo, y Benítez tiene nombre de tienda de ultramarinos, así que no es quién para privarles de su preciada libertad. Así, Marcelo, comandó el ataque del madrid como si asistiéramos a una representación de párvulos enrabietados y maravillosamente ineficaces. Hubo miles de centros por las bandas, avisados desde megafonía, y tan inocuos como una ráfaga de patriotismo. Gareth Bale condiciona el juego de ataque del madrid, gasta como un delantero y apenas ingresa la mitad que los grandes asesinos de Europa. En la libertad absoluta se confunde, sus paredes por el centro son una broma letal, y por los extremos centra mucho y bien contra defensas amuralladas desde la charla del principio. Es bueno, incluso muy bueno, pero con un mecanismo tan simple que es suficiente con cambiarle de vía para atrofiarlo. Y algo más. Es un jugador viciado, como sus compañeros, como el Madrid desde que ganó la séptima copa de Europa.

Después de la séptima Lorenzo Sanz acometió una purga en el equipo que tuvo los visos de una masacre. Funcionó y el madrid volvió a ganar. Florentino hizo lo mismo a su llegada. Funcionó igualmente, eran momentos de catarsis y realismo. Todo lo que tiene de noble el deporte, está violentado en el madrid, y así, en unos pocos años se corrompe la ilusión del deportista por hacer historia, por convertir su ambición individual en un deseo colectivo de trascender a través de la victoria. Ese deseo se transforma en una obcecación por destacar individualmente preparándose para los momento cúlmenes (verdadera droga del madridismo) haciendo lo menos posible en los momentos valle;  y al final, en una obsesión por sobrevivir hasta el indulto final. Esta camada de jugadores tienen todos los vicios de una generación de ganadores, con el agravante de que apenas han ganado. Les sacia una copa de Europa y los reflujos del florentinismo.

El partido siguió jugándose a lo largo de la tarde, de muchas tardes, de cada domingo que usted recuerde pero el resultado era inamovible. El Madrid siempre perdía, sólo por un gol de diferencia pero habiéndose dejado la piel en el campo. Incluso mereció ganar, como una multitud de buenos cristianos dijeron al final, persignándose, y mirando con las pupilas dilatadas al cielo, esperando una señal.

Porque llegará el día. Eso es lo único que el madridista sabe.

Villarreal, 1 – Real Madrid, 0
Villarreal: Areola, Bailly (Rukavina, m.84), Musacchio, Víctor Ruiz, Jaume Costa, Jonathan dos Santos, Trigueros (Pina, m.90), Bruno Soriano, Dennis Suárez, Roberto Soldado (Nahuel, m.83) y Bakambu.

Real Madrid: Keylor Navas, Danilo, Pepe, Sergio Ramos, Marcelo (Jesé, m.89), Luka Modric (Isco, m.78), Casemiro (Kovacic, n.78), James Rodríguez, Bale, Benzema y Cristiano Ronaldo.
Gol: 1-0. M.9. Soldado.
Arbitro: Undiano Mallenco. Amonestó a Bailly, Denis Suárez, Marcelo y Sergio Ramos.
El Madrigal, unos 21.000 espectadores.

Ángel del Riego

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