viernes, marzo 29, 2024
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La abuela no tiene hambre

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El genio ruso de las letras Nikolai Gogol escribió en su inolvidable obra Almas Muertas que dormir como un tronco es un privilegio que sólo está al alcance de los felices mortales que desconocen lo que son las hemorroides y las chinches y que no están dotados de una capacidad intelectual muy elevada.

Gogol recurre a esa frase en uno de los pasajes del libro para describir la calidad del sueño de que goza el ambicioso Pavel Ivanovich Chíchikov durante su viaje por la Rusia de hace dos siglos, donde los nobles aún podían comprar siervos (almas) para trabajar sus tierras y elevar así, en función del número de vasallos que poseían, su posición social.

El autor quería decirnos una verdad universal: Para dormir tranquilo, uno necesita gozar de buena salud, comodidades y suficiente despreocupación o ligereza de pensamiento como para poder ignorar las injusticias y los problemas sangrantes que azotan el mundo. Problemas como la pobreza y la exclusión, que según datos de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza (EAPN) padecen en nuestro país 13,6 millones de personas y amenaza con arruinar la infancia de uno de cada tres niños.

Es sorprendente que en estos días de campaña electoral y de decisivos debates a dos, a cuatro o a nueve, nuestros políticos ignoren esa emergencia nacional y se resistan a situar la lucha contra la pobreza entre los asuntos centrales de sus programas.

Porque la misma España que, según insiste el partido del Gobierno, crece el doble que Alemania; el país al que las formaciones de la oposición prometen pomposamente equiparar en bienestar a Dinamarca; la España de los 2.500 kilómetros de AVE, del internet ultrarrápido, del aumento del consumo, los fichajes galácticos y el fútbol de pago, tiene 3,2 millones de personas en situación de pobreza extrema. Y lo que es más peligroso: al contrario que en el resto de la Europa desarrollada, aquí tener un trabajo o cobrar una pensión ya no garantiza vivir a resguardo de la miseria.

En España la pobreza afecta a 13,6 millones de personas y amenaza con arruinar la infancia de uno de cada tres niños. Tener un trabajo o cobrar una pensión ya no garantiza vivir a resguardo de la miseria

Mejorar la vida de los ciudadanos y sobre todo erradicar la pobreza es una obligación urgente para el próximo gobierno que salga de las urnas el 20 de diciembre. De ello depende la calidad de vida de millones de españoles: ancianos con pagas de jubilación muy bajas que cargan también con el sostenimiento de sus hijos y nietos; jóvenes con empleos precarios y sueldos que no alcanzan para tener una casa o afrontar un gasto imprevisto, y –lo más injusto- niños que pasan hambre y crecen en un ambiente de privación material que lastra su desarrollo y les roba el derecho a la igualdad de oportunidades que los mayores estamos obligados a proporcionarles.

Ante este panorama resulta desolador escuchar a nuestros políticos hablar de mejoras económicas y de estado del bienestar, de justicia, derechos sociales, patriotismo o regeneración democrática. El futuro luminoso que nos prometen para después de las elecciones resuena como una broma de mal gusto ante el umbral de cientos de miles de hogares cuyas neveras están vacías y cuyos habitantes no pueden encender la estufa. ¿Duermen nuestros políticos tranquilos, igual que Pavel Ivanovich Chichikov, ajenos a este desastre social soterrado que sólo está en sus manos resolver?

Quedan personas y organizaciones de la sociedad civil que no miran para otro lado ante la pobreza y que, a riesgo de hacernos perder el sueño a todos, nos recuerdan cada día en qué país vivimos. Es el caso de los voluntarios de los bancos de alimentos y también de una ONG que trabaja por la infancia que acaba de lanzar una de esas campañas capaces de remover conciencias. En su spot se puede ver a una señora mayor que recoge a sus nietos a la salida de la escuela y los lleva a su casa. Mientras los pequeños hacen las tareas del cole, ella les prepara una humilde comida con lo poco que tiene: tres salchichas y una patata para freír.

La buena mujer, que podría ser cualquiera de las abuelas que recorren cada día las calles de nuestras ciudades, les pone en la mesa a sus nietos cuanto posee. Y cuando uno de los niños le pregunta a la anciana por qué no come con ellos, ella contesta con voz entrecortada desde la cocina: “La abuela no tiene hambre, cariño”. Entonces esboza una sonrisa amarga, pero feliz porque ha logrado que los niños pasen un día más ajenos a la miseria que corroe sus vidas. La cámara muestra después un plano de detalle de su rostro, demacrado por el hambre y las privaciones.

Quien no haya visto la campaña puede hacerlo si pincha AQUÍ. Y si después no puede dormir tranquilo, espero que la culpa no la tengan las chinches ni las hemorroides.

César Calvar

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