viernes, abril 19, 2024
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La pregunta ya no es con quién pactará Rivera

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Vimos en la televisión a un Mariano Rajoy sudoroso, asistiendo al partido entre el Real Madrid y el Barça, sin que se le descompusiera un milímetro el rostro ante el resultado. Antes le habíamos visto, no menos sudoroso y además descorbatado, en un acto del PP en Barcelona: mitinea, pero la impasibilidad que le caracteriza se mantiene siempre.

Sale mucho en televisión -y más que, dicen, va a salir-, debate poco -por el momento-, pero llama mucho por teléfono a sus adversarios electorales, que están encantados de que él les telefonee. Las encuestas aún no reflejan algo de lo que los comentaristas políticos y los tertulianos, si los leemos y escuchamos con atención, ya se han apercibido: ahora, a tres semanas y media de las elecciones más decisivas en treinta y tres años, la pregunta no es ya la que nos hacíamos todos hace apenas otras tres semanas, '¿con quién pactará Albert Rivera?'. La pregunta ahora es con quién pactará Mariano Rajoy.

Este no es nuestro Mariano Rajoy, que nos lo han cambiado. Es capaz de recibir unas palmaditas de ánimo de Obama, de traerse a la señora Merkel para que le apoye frente al independentismo catalán, de hacer la escena del sofá con el secretario general del PSOE, con Albert Rivera y hasta de lograr que el mismísimo Pablo Iglesias hable de él con un respeto en el que se adivina algo que los otros tres ya saben: que la carrera electoral la encabeza el actual inquilino de La Moncloa. Y que todo lo que está ocurriendo, desde las bravatas de la CUP y la patente desorientación de Artur Mas, hasta la tragedia de Paris y su posterior gestión de la seguridad nacional, son vientos coyunturales que impulsan la nave del presidente del PP y del Gobierno.

No me extraña el desconcierto que parece reinar en un PSOE cuyo secretario general se veía –él lo creía sinceramente; algunos llegamos a pensar en esa posibilidad, que aún no puede descartarse del todo, claro está– ya casi entronizado como presidente del Gobierno ante el declive que sufría Rajoy. No me sorprende que Albert Rivera, el mimado por las encuestas y por muchos columnistas, sienta que ha perdido algo de profundidad en la pista.

Me parece razonable que Pablo Iglesias trate de no perder el barco de los 'telefonazos' de Moncloa. Y que el PNV, hasta ahora tan hostil, abandone el hacha de guerra y se aproxime al fuego que calienta. Incluso me dicen que hay sectores de Convergencia Democrática de Catalunya, y por supuesto de Unió, que mantienen 'contactos' con el entorno presidencial, convencidos de que el rumbo emprendido por Mas y rotulado por la CUP y por Esquerra va a acabar mal, muy mal.

Puede que en próximos días que restan hasta las elecciones nos deparen algunas sorpresas más de las que ya hemos recibido con la rectificación global en la manera de conducirse de Rajoy o con el cambio de maneras y mensajes de Podemos. Puede que Pedro Sánchez perciba, al fin, que su gran error fue decir aquello de que jamás pactará ni con el PP ni con Bildu: visto lo que estamos viendo, solamente algo parecido a un gran pacto entre las fuerzas mayoritarias salvará al PSOE de lo que algunos predicen, y ojala se equivoquen, porque este es un partido necesario, como una catástrofe.

Así me lo han presentado algunos hacedores de encuestas que acertaron bastante en convocatorias previas. Pero también te dicen que, en tres semanas y media, la veleta puede apuntar en otras direcciones: las opiniones públicas, y las publicadas, son caprichosas, especialmente aquí y ahora. Nunca una campaña electoral puede ser más decisiva.

Las opiniones públicas, y las publicadas, son caprichosas, especialmente aquí y ahora. Nunca una campaña electoral puede ser más decisiva.

Cierto que mucho tendría que equivocarse un Rajoy que parece ahora tocado por los dioses –acertó al rectificar la marcha– y mucho nuevo tendrían que aportar los demás para variar sustancialmente lo que se barrunta. Ahora, lo importante ya no es saber si ganará Rajoy, que parece que ganará pero no por lo suficiente; ahora, lo importante es saber si esa rectificación emprendida por el hombre que conserva el mayor poder político de España le llevará por el camino regeneracionista que le convertiría en un hombre de Estado… o no, que diría Rajoy. Ha empezado ya el partido, y este nadie lo ganará, ni lo perderá, por cuatro a cero.

Fernando Jáuregui

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