viernes, abril 19, 2024
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Con un partido en la mochila

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¿Hay gente “pa” tanto gallo? Esa es la pegunta que se formulan quienes, hasta anteayer, defendían la confluencia de izquierda, con el mismo afán que hoy defienden lo contrario ¿Para que sirve ser del partido? Esa es la pregunta que se formulan quienes, hasta anteayer, buscaban desesperadamente una máscara electoral y hoy no encuentran ni máscara ni escaño.

Pablo Iglesias y Alberto Garzón se han pasado meses invirtiendo en la destrucción de la izquierda política. Uno, en su afán transversal de quitarse la imagen de izquierdista que le atribuyen todos los sondeos. El otro, para borrar del mapa a Izquierda Unida y resucitar un Partido que ni se presenta ni se puede presentar a las elecciones, necesitado de pillar cacho escañeril.

Hay que decir que entre ambos ya han conseguido un resultado notable: la irrelevancia de la izquierda política catalana en el momento de mayor tensión social y donde más útil podría ser su presencia.

Lo que exigía en Madrid IUCM, la coalición electoral y las políticas de izquierda, son las razones por las que Alberto Garzón negó el voto a su formación política en Madrid e hizo campaña por la afiliación de Podemos frente a Luis García Montero.  Esas mismas razones, ahora, se reclaman para romper con Pablo Iglesias. Las carcajadas han cruzado el mapa a velocidad del rayo.

Comprenderán Ustedes que a Garzón no le crea casi nadie, tras tan notable experiencia. Pensará el electorado que un señor que hace eso en casapropia que no hará en casa ajena. Que espacios de su propio partido, en Galicia o Cataluña o, ahora que se conocen las candidaturas presentadas en la nueva máscara electoral, en Madrid, abandonen a Garzón no debería sorprender a nadie.

Que Pablo Iglesias camine hacia el centro es un deseo de ambos, de Garzón y de Iglesias, que nadie se cree. El uno para parecer socialdemócrata y ser bipartidista en lugar del bipartidismo. El otro para representar una voz de izquierda.

No se hace uno de centro ni socialdemócrata en dos tardes. No parece que las necesidades de políticas de postausteridad se resuelvan apoyando políticas que nos conducen fuera del euro, como el brillante plan B de Melenchon apoyado por la gente de Garzón.

La cuestión es que Pablo Iglesias y Garzón han contribuido como nadie a la reducción del espacio de izquierda política. Un espacio, que pudiera ser de oposición y gobierno, introducir razón de izquierda en el centrismo socialdemócrata, referencia del movimiento sindical o recuperar el trabajo y el empleo como centro del modelo social europeo.

Pero Pablo Iglesias y Garzón no quieren esto. Buscan, simplemente, la ruptura. No solo  la ruptura del modelo constitucional, del que podría hablarse aunque quizá con menos compulsión, dadas las complejas realidades que vive España, sino la ruptura de los partidos políticos, de los sindicatos, de los modelos de concertación social, de la economía social, del reparto de cargas económicas, etcétera.

A ver si me entienden: queremos un centro socialdemócrata que nacionalice la banca y las eléctricas. Y queremos una izquierda que nos saque del euro.

Y decir que no a tamaños disparates es cosa de vieja mochila, inaceptable para los divorciados camaradas que durante casi dos años nos han tenido arrasando, a golpe de unidades populares, discursos, políticas y esfuerzos de izquierda en los que mucha gente lleva décadas trabajando.

Una lleva toda su vida con un partido en la mochila. Y sin avergonzarse, oiga. Un partido que con aciertos y errores ha contribuido a mantener viva la cultura política del cambio social, del trabajo, del republicanismo cívico, laico y tolerante, cuando nadie hablaba de ello.

Ahora que a Pablo Iglesias y Garzón les molesta la mochila del compromiso y alientan el evanenescente zurrón del postureo mediático, quizá sea tiempo de mantener alguna vieja bandera en nuestra mochila. Por si algún día tenemos que reconstruir lo que estos destrozaron.

Libertad Martínez

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