viernes, marzo 29, 2024
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Verde que te quiero verde

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Lleva el cabello bien cortado y viste correctamente, como un muchacho de familia bien. Bastante conservado a pesar de rondar la cincuentena, lo que llama la atención de Alfonso es su mirada profunda y triste. Es quizás, la mirada más triste del mundo, porque esos ojos neutros han visto demasiadas miserias humanas, demasiados crímenes, excesivos psicópatas que tan solo matan por placer.

La cita es en Casa Patas. El ambiente es agradable lo que permite que la natural introspección del hombre que tengo sentado frente a mí, se disipe poco a poco. Tiene ademanes serios, adustos, casi militares. Ingresó en la Guardia Civil con diecisiete años y ahora es Oficial. Ha pasado media vida investigando crímenes horrendos y deteniendo a sus autores. Ahora parece vacío por dentro.

-Sabes Pepe-dice con un tono de voz monocorde, sin estridencias-, esta  profesión ha arruinado mi vida personal. Cuando llego a casa desconecto la televisión, no quiero ver películas ni series de asesinatos.

Se detiene un momento para sorber un poco de vino y continua.

-La investigación de un asesinato es una partida de ajedrez. Yo hago un movimiento y espero a que el criminal haga otro. Ahí entra en juego la intuición, el resto es método, experiencia, protocolo. Te pongo el caso de Eva Blanco, la niña asesinada y violada en Algete hace dieciocho años. Al principio no teníamos nada. Un ADN que no podíamos comparar con otro y fibras rojas del asiento de un coche, un Renault 18 de color blanco posiblemente. Chequeamos todos los vehículos de ese tipo del pueblo y de los alrededores. Fue una labor ingente, pero esa línea de investigación no nos condujo a nada. Nos quedaba el ADN. Pero España es un país garantista y la toma de muestras tenía que ser voluntaria. Hubo gente de su entorno que se ofreció voluntaria, pero sabíamos que era como buscar una aguja en un pajar. Tampoco dio resultado. Era obvio que el culpable de un crimen tan horrendo no iba a prestarse alegremente a la recogida de muestras. Pero la labor de un investigador es no rendirse nunca. Se siguieron todas las llamadas, incluso las de locos que se autoinculpan. Visitamos a todo aquel que decía haber visto algo. Pero nada de nada. Todo era improductivo.  Pero no podíamos desfallecer, por la niña, por sus padres e incluso por nosotros mismos. Pasaron los años, pero jamás desistimos. La Guardia Civil es así. No miro estadísticas aunque en España se resuelvan el noventa por ciento de los crímenes de sangre, algo que debería saber la gente. Quizás te roben el monedero y no podamos recuperarlo, pero la vida humana es sagrada, Pepe. Y eso nos motiva para seguir paso a paso, lentamente si es necesario, pero hay que recopilar las pruebas que demuestren fehacientemente la culpabilidad de un individuo. Para que el juez me lo suelte debido a que con las prisas y la presión mediática, la investigación no se haya hecho correctamente, no lo detengo. Gracias a Dios, los avances en biología son constantes. Al final, gracias a la Universidad de Santiago de Compostela, pudimos saber que el ADN era de una persona de origen magrebí. El resto se ha publicado y es de conocimiento público. Ya ves, no teníamos nada, pero esa nada se transformó en todo dieciocho años después.

Alfonso detiene la plática para probar un bocado de rabo de toro, exquisito por otra parte. El resto de la conversación es intrascendente: mujeres, futbol, política; lo de siempre.

Cuando me despido de el en la Plaza de Jacinto Benavente, noto cierta alegría en su mirada, aunque marcha con seriedad marcial hacia el lugar donde ha aparcado el coche.

Yo cojo el metro como de costumbre. En el trayecto me doy cuenta de lo afortunados que somos los españoles de tener vestidos de verde a tipos como Alfonso.  Hombres y mujeres fabricados en acero, inamovibles como un faro en medio de una tormenta. Personas capaces de no tener vida propia para entregarla al servicio de los demás. Y pienso lo ingratos que somos con gente como ellos, pagándoles un sueldo de miseria por dormir cuatro horas diarias, por estar día tras día detrás del asesino esperando poder detenerle.

Y mientras llego a casa, no sé porque, se me viene a la cabeza aquel poema de Garcia Lorca, Romance Sonámbulo por más señas que decía:

“Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre la mar

y el caballo en la montaña…”

José Romero

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