sábado, abril 20, 2024
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Luis Alberto de Cuenca, poeta, lector, escritor

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La concesión del Premio Nacional de Poesía a Luis Alberto de Cuenca es casi una redundancia porque muchos lectores ya se lo habíamos concedido.

Es su obra poética un placer de la lengua castellana, un estímulo del sentimiento, inspiradora de otras lecturas, de otra forma de ver la vida cotidiana. Su poesía abre caminos como un hilo que lleva de lo inmediato a lo inconsciente, usando el lenguaje de hoy con invisibles o palpables referencias a los clásicos (es un gran helenista), a las leyendas y hasta a los comics y sus héroes, desde Tintin a Rip Kirby, o de Urganda a Conan.

A lo largo de su larga y completa obra –ya publicaba en 1971- podemos ir trazando su biografía, tanto si expone sus sentimientos, sus amores, su vida diaria o sus lecturas, y hasta el bar o el perder (¿) deliciosamente el tiempo con fábulas antiguas, dibujadas o escritas. La magia y los símbolos suelen estar presentes, (uno de sus admirados es aquel sabio y poeta que fue Juan Eduardo Cirlot), hasta lo onírico. Pero también la vida de todos los días que aparece constante, oportunamente, en sus versos.

Luis Alberto de Cuenca no se da importancia, no se toma demasiado en serio, aunque sus sentimientos, frente al amor, a la amistad, frente a la muerte, sean profundos. Escribe en un español claro que nos hace reconciliarnos con nuestro adusto país, con esta España que nos harta a veces, “ese puñado de tierra desunido y estéril”.

Su poesía “que sin complicidad o sin emoción, no tiene sentido”, es albergue del sentimiento, de la inteligencia, de la sensualidad en muchos casos, y carece de victimismo y lamento (“¿de qué sirve quejarse?”), de rencillas o de ataques, aunque a veces sea muy pertinaz y dura.

¿Dónde está el truco de Luis Alberto de Cuenca? Lo mismo que la buena pintura nos enseña a ‘ver’, su poesía nos enseña a sentir, a despertar y rescatar nuestra memoria (¿no es toda habilidad una forma de memoria?) a apreciar lo rutinario y lo banal que cobra significado en sus poemas. Lo poético, nos sugiere sin señalar, dejando libre la imaginación del lector, está siempre a la vuelta de la esquina.

Lo dinámico de su poesía es que hace emerger lo diferente, lo crucial, de cualquier situación o incluso de cualquier relato, pues algunos de sus poemas se podrían llamar descriptivos. La leyenda, el sueño, la imaginación del pasado, los usa para contraponerlos a la realidad “tan obtusa como un lápiz sin punta”. Una aventura, una película de cine negro, una bella insinuante abren sus poemas y, de repente, dan un giro, un twist, sutil para enfrentarnos con nosotros mismos, con el escritor mismo.

Y a pesar de tantas influencias confesadas, de su “caverna perpetua”, a pesar de ser tan buen lector, de poseer y distribuir ese largo conocimiento sin aplastar bajo el saber, su poesía es personal y singular, inimitable, sin desteñidos de otros tejidos. Todos sus poemas, y no solamente los de Cuadernos de vacaciones, tienen la huella de su paso por esta tierra y nos transmiten cultura en el más amplio sentido de la palabra, esa colección de usos, creencias, prácticas, que guían nuestras vidas. Su carácter y temperamento se traslucen en unos versos que hay que leer sin marcapáginas para volver sobre ellos y descubrir los matices que se nos han podido escapar en una primera visita.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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