sábado, abril 20, 2024
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Agua de candilejas

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Pero no, no hubo manera. Hice llamadas, envié mensajes, salpiqué en el afluente de otras alegrías. Sugerí, expuse, reiteré, sin duda atosigué. Hablé con habituales y con ocasionales, con transparentes y con impredecibles. Fui objeto de fintas de pincel artesano y de excusas de brocha gorda, escuché escasos ruegos y muy vaporosas preguntas. Pero no, nadie se avino a acompañarme al acontecimiento artístico del septiembre madrileño: vuelve Franco Battiato.

Soy comprensivo y soy  indulgente con todos ellos. Bueno, no tanto con los que me despacharon recordándome como a un infeliz Scrooge la añeja imitación navideña de Martes y Trece. “Nappiato”, y la gabardina, y un romano… Dickens en fin a ritmo de siete octavas. 

Vaya, normalmente son los mismos ciudadanos para quien Umbral es el señor de pelo blanco que exigía hablar de su libro y no el autor de “mortal y rosa”, y Fernán Gómez es el señor de pelo naranja que mandaba a otro “a la mierda” y no el nombre de un mito de nuestro cine. Muy ibérico, el vicio de sofocar el desinterés en la pantomima. 

Pero sí, pese a la peor de mis corazonadas el aforo del Price no lucía ralo ni desdentado. Hasta dos mil personas fueron acomodándose en torno al escenario, en una noche muy esperada. Porque Battiato no viene tan a menudo. Porque su voz nos agrada, sus ritmos nos acaloran, sus letras nos conmueven. Y porque el concierto fue aplazado en mayo por infaustas razones. Sucedió que semanas antes y al dibujar los compases de “Yo quiero verte danzar” se cayó y se quebró el fémur en las tablas de un teatro de Bari. Hombre al agua, agua de candilejas.

De la bruma y de entre las luces todavía circenses del Price asomó Franco Battiato. Con las gafas de siempre y con las canas de nunca, con un traje de domingo y sentado en una cajón cubierto por una alfombra que volaba o nos haría volar. 

Detrás de su estampa formaban cuatro músicos de viento, y flanqueándole –o “franqueándole”- un pianista y un teclista. Una formación clásica y un eco electrónico, paradoja que se vuelve cotidiana en un heterodoxo de los estilos que una tarde estrena una ópera y otra actúa en Eurovisión. Folclore, rock, pop, funky, nacen y crecen y se reproducen pero nunca mueren en las composiciones del siciliano.

“L’ombra della luce”, “La sacra sinfonía del tiempo”, “L’animale”, dieron inicio a un programa en que alternaban melodías en español e italiano. Battiato permanece sentado, afina con las manos la intención de cada estrofa, canta a veces y recita siempre. De vez en cuanto saluda con ademán de académico, y hasta le vimos estrechar algunas manos. Tal vez perdió cadencia pero ganó proximidad y ello se agradece en el directo. E inmunes al tiempo permanecen unas letras afortunadas que nos hablan de jabalíes blancos, de las almohadas de la tierra, de trenes que circulan aún más despacio, o de la gracia incomparable de Nijinsky.

Llega el momento cumbre cuando se levanta y baila con nosotros y con los zíngaros del desierto las estrofas del “Yo quiero verte danzar”. Le siguen el singularísimo “Cucurrucucú Paloma” y como animoso final el “Centro di gravità permanentemente” que acaso fue la primera canción que de él escuchamos alguna tarde de los años 80.  

Qué alegría reencontrarse con Franco Battiato, preocuparse por su salud, perderse en el hechizo de sus composiciones. Conózcanle, escúchenle y, por favor, si alguien les invita a uno de sus conciertos no rehúsen jamás.

Fernando M. Vara de Rey

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