jueves, abril 18, 2024
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Deshojando la margarita

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Anda alterado el patio en Génova. Tras la debacle de las pasadas elecciones municipales y autonómicas los dirigentes del Partido Popular se han entregado a las cábalas sobre qué cambios realizar –de caras, se entiende- en el partido y en el Gobierno para evitar la debacle definitiva en las elecciones generales.

Todos salvo Rajoy, cuyas tribulaciones van por otros derroteros. Si no lo creen fíjense en la reacción del bipresidente tras las europeas de hace un año y las últimas municipales: si entonces prometía un “plan especial de acción” destinado a mejorar la comunicación para “recuperar la ilusión de los votantes”, ahora ha prometido buscar el modo de “comunicar más” para resultar “más próximos y más cercanos”. Desde luego, no parece que le haya dado muchas vueltas…

No, las tribulaciones de Rajoy son de otra índole. En realidad, se limitan a una única cuestión: cuándo le conviene convocar las elecciones generales. Y la duda se ha reducido a una única disyuntiva: septiembre sí, septiembre no. La respuesta dependerá de por qué se deje llevar Rajoy, si por la tentación o por el temor.

Si se deja llevar por el temor, las elecciones no se harán esperar.

Si hay algo que teme Rajoy es la posibilidad de que las elecciones catalanas se celebren antes de las elecciones generales. Y es lógico. Tras las debacles electorales de las europeas, las andaluzas y las municipales y autonómicas, y con incendios en el partido de norte a sur y de este a oeste, sabe que una nueva debacle en Cataluña acabaría con cualquier remota posibilidad de victoria en las generales.

En el actual escenario político, Rajoy sabe que una derrota en Cataluña no sería una derrota más: no puede permitirse un PP reducido a la más absoluta irrelevancia en la segunda comunidad más poblada de España. Pero, sobre todo, no puede permitirse que la fuerza política que le ha propinado una dentellada significativa en las pasadas elecciones de mayo, Ciudadanos, logre un gran resultado en Cataluña que le permita autoerigirse como freno al nacionalismo y secesionismo catalán y le proyecte como una alternativa real a ojos del electorado conservador. Para los intereses del Partido Popular, la imagen de un Ciudadanos en pleno despegue y de un PP en pleno declive sería letal.

No obstante, si se deja llevar por la tentación, las elecciones no serán en septiembre. ¿La razón? Los Presupuestos Generales del Estado.

Al igual que en la pasada campaña utilizó el presupuesto público con fines electoralistas al anunciar miles de millones de euros para la alta velocidad y para Cercanías, un nuevo plan PIVE o mejoras en las pensiones de las trabajadoras con más de dos hijos, Rajoy estará tentado a disparar su campaña con pólvora del rey, en un espectáculo de pirotecnia electoral sin más consistencia que la del humo de sus anuncios, al igual que hace cuatro años, cuando prometió todo lo que ha incumplido.

Desde luego, la tentación será fuerte dado que, desde la óptica de Rajoy, sería el único cierre que daría sentido a una acción de gobierno que ha tratado de justificarse bajo un argumento que ha repetido hasta la extenuación: no hay otro camino para salir de la crisis.

De esta forma, Rajoy trataría de hacerse perdonar sus pecados a base de chequera pública, bajo un argumento muy del gusto de Pablo Iglesias: sí se puede. Ahora, sí. Ahora que hemos encauzado la economía, podemos subir las pensiones, podemos subir los salarios a los funcionarios, podemos invertir en infraestructuras, podemos bajar los impuestos. Da igual si en estos años no ha cumplido ni una sola de sus promesas, si ha realizado la mayor subida de impuestos y de presión fiscal de la historia y si ha disparado la deuda pública, si ha recortado salarios y derechos laborales, si ha laminado educación, sanidad y dependencia o si ha exacerbado la precariedad y la pobreza. Los esfuerzos han dado sus frutos y los presupuestos son la prueba: “conmigo sí se puede, el milagro soy yo”.

Sean en una u otra fecha, y pese a los ríos de tinta que ha hecho correr desde las pasadas elecciones, hay algo que parece descartado: profundos cambios en el Gobierno. Tres argumentos refuerzan esta hipótesis. El primero, con el verano a la vuelta de la esquina y con unas elecciones a la vuelta de la esquina ningún nuevo ministro tendría tiempo de realizar la más mínima gestión. El segundo, la virulencia de los ataques al PSOE demuestran que Rajoy ya ha colocado a su partido en modo electoral. Tercero, y no por conocido menos valioso, el pertinaz inmovilismo de Rajoy.

Por tanto, para quienes esperan grandes cambios, búsquense un asiento, porque no los va a haber.

Tentación o temor, esa es la cuestión.

José Blanco

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