viernes, marzo 29, 2024
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Debacle popular, capítulo II

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La noche electoral nos ha dejado un reguero de titulares sobre la debacle del Partido Popular. Es cierto, la debacle es incontestable y lo será aún más cuando se conformen los gobiernos municipales y autonómicos y se compruebe en toda su magnitud la pérdida del inmenso poder institucional que atesoraba el partido de Mariano Rajoy y que ha ejercido sin complejos ni cortapisas.

Pero no se trata de una debacle sorprendente: es la continuación de la sufrida por este partido en las pasadas elecciones europeas y la constatación de un camino irreversible hacia la derrota en las generales de finales de año. Mariano Rajoy se ha pasado la campaña apelando a la economía, los ciudadanos le han hecho caso, han echado cuentas y se las han ajustado. Y esto no ha hecho más que empezar: aún nos queda la traca final.

Aunque muchos no lo vieron, o no quisieron verlo, y no realizaron la lectura adecuada de los resultados cosechados en las urnas, hace exactamente un año las elecciones europeas certificaron el desplome histórico sufrido por el Partido Popular, con una pérdida de 18,5 puntos de apoyo con respecto a las generales, el mayor deterioro conocido de un partido en tan breve período de tiempo.

Las elecciones del pasado domingo han certificado que el PP se encuentra en caída libre, sin asideros a los que aferrarse, con una paupérrima gestión de gobierno -más paro, más precariedad, más desigualdad, más deuda y más carga fiscal-, traición a los compromisos adquiridos en la campaña de las generales de 2011 y que le sirvieron para acceder al Gobierno y ausencia de regeneración interna.

La diferencia con respecto a hace un año estriba en que ahora el resultado es mucho más visible, cristalino, al venir acompañado de una posible y probable pérdida de amplísimos espacios de poder institucional, entre ellos dos bastiones tradicionales y simbólicos del PP como eran la Comunidad Valenciana y la Comunidad de Madrid, la auténtica columna vertebral sobre la que han asentado sus victorias electorales, pero no solo, al evaporarse sus mayorías absolutas. En Génova ha cundido la desolación ante el terremoto del domingo, pero el auténtico pavor vendrá con las réplicas de la constitución de los gobiernos.

En cuanto al Partido Socialista, sin lugar a dudas ha aguantado el tipo mejor de lo que se le vaticinaba y va a recuperar mucho poder institucional, por tanto, ha dado un paso importante al consolidarse como el referente incontestable del centroizquierda y en su visualización como alternativa de gobierno al Partido Popular. Aunque es evidente que existen sombras en sus resultados –principalmente las grandes ciudades–, ha logrado ser la fuerza más votada en 17 provincias y está en condiciones de liderar gobiernos de progreso en más de la mitad de las comunidades autónomas. La aspiración del PP a un mapa teñido de azul ha naufragado ante el empuje del rojo socialista. La ciudadanía ha optado por el cambio y le ha pedido al PSOE que lo lidere. El cambio lleva por tanto brújula socialista.

En cuanto a los nuevos, irrumpen con fuerza pero, a grandes rasgos, ni con la profetizada ni con la por ellos mismos esperada. En el campo autonómico, el único en que Podemos ha competido bajo sus siglas, se ha alzado como tercera fuerza política del país en una horquilla que va del 8 al 20%. Por lo que respecta a Ciudadanos, se ha alzado con la cuarta plaza, con entre el 7 y el 12% de los votos autonómicos –a nivel local, no pasa del 6,5%–. Ni el cielo se toma por asalto ni se coge el timón y se enseña a pescar desde el atril. En democracia, no cabe arrogarse más posición y más fuerza que la que la ciudadanía otorga.

A ambos se les ha acabado el tiempo de la indefinición, de la equidistancia, de la virginidad, de la pureza. Los ciudadanos exigen a todos diálogo y compromiso para asegurar la gobernabilidad. Ese y no otro es el objetivo de las elecciones en democracia: definir mayorías para generar gobiernos. Los nuevos, por tanto, deberán dejar de flotar en el éter de la política electoral para bajar a la realidad de la política institucional y definirse. La política, sea vieja, nueva o mediopensionista, exige mojarse.

El domingo, por tanto, deja algunas certezas, como el desplome histórico del Partido Popular o la redefinición de un tablero electoral sin mayorías absolutas y necesitado de pactos, y muchas incertidumbres. Para quienes esperaban respuestas, lo cierto es que las urnas han arrojado un sinnúmero de preguntas. Bienvenidos al nuevo tiempo.

P.D.: Por cierto, mi aplauso para Abel Caballero. Su resultado en Vigo, donde ha cosechado el 51,8% de los votos y 17 de 27 concejales, es de los que hacen historia.

José Blanco

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