El actual ministro de economía griego, Yanis Varoufakis, ha protagonizado estos días varias informaciones periodísticas que muestran hasta qué punto algunos dirigentes políticos en un tiempo meteórico pueden pasar del desconocimiento más absoluto al pódium más alto del éxito. Con la misma rapidez meteórica descender a los infiernos siendo vilipendiado y rechazado por su propio espectro ideológico.
Recordemos brevemente como tras el triunfo de Syriza, en las elecciones presidenciales griegas, el actual primer ministro Alexis Tsipras nombró como ministro de economía una persona como Varoufakis. El cual rápidamente se ganó las portadas de todo el mundo por su efigie de guerrero griego, a la cual le faltaban la lanza, el casco y el peto de guerra. Varoufakis solo estaba dispuesto a portarlos en los consejos de ministros de economía que se celebran en la capital comunitaria europea, Bruselas.
El señor Varoufakis daba lecciones a Europa y a los principales líderes europeos de lo que Grecia estaba dispuesta a hacer para no hacer seguidismo de la «casta» europea capitaneada por Merkel. Incluso se atrevía a amenazar a los demás socios comunitarios apelando a la independencia de decisiones que debía tomar Grecia incluso pasándose por el arco de triunfo las decisiones, directrices y recomendaciones que pudiesen llegar desde las Instituciones Europeas de sus socios comunitarios.
Las bravuconadas del señor Varoufakis eran jaleadas y aplaudidas con alborozo por los Podemos españoles. Estos veían al heleno como al dios del mar y las tormentas de la mitología griega, Poseidón, lanzando desde las aguas cristalinas pero revueltas y enfurecidas griegas, rayos y centellas contra todos aquellos que no se sumaran a las «populares y justas» medidas económicas revolucionarias y ultraizquierdistas que se comenzaban a tomar por parte del recién nombrado ejecutivo comunista heleno.
Pero hete aquí, que una cosa es predicar y otra dar trigo, y que a las primeras de cambio desde los socios comunitarios europeos les han puesto los deberes muy claros a los «coletas» griegos, no les han permitido ni una sola de sus amenazas y reivindicaciones de perdonar deudas o de incumplimiento de pagos, y de la misma manera que el señor Varoufakis llegó a lo más altos del pedestal, lo han bajado echando leches los suyos propios.
Porque el primer ministro griego, Tsipras, se ha dado cuenta que una cosa es vociferar y engañar a la población en la campaña electoral diciendo que iba a plantar cara a Europa, y a escupirles en su cara a los Rajoy, Merkel, Cameron y compañía; y otra muy distinta tener que gobernar, donde ahí ya no vale para nada el discurso de megáfono y pancarta. Es en ese punto de la situación actual donde Tsipras se ha quitado del medio a Varoufakis, le ha venido a decir que se acabaron los viajes a Bruselas para negociar absolutamente nada, que siga haciendo turismo de chocolate, cerveza y mejillones belgas, pero que eso de sentarse con los máximos mandatarios europeos va a ser que no, porque Varoufakis es demasiado duro y necesitan tipos negociadores de carácter blandito.
La paradoja ha llegado a continuación en las propias tierras griegas, donde al defenestrado y relegado Varoufakis, los suyos, sus votantes, le comienzan a hacer escraches y le quieren canear por las calles de Atenas, ya que lo consideran blando y un vendido a las tesis de la Unión Europea.
Es muy cierto eso que nunca llueve a gusto de todos, y sino que se lo pregunten a Varoufakis, que le cae granizo y pedrisco a manta, pero sobre todo esta situación demuestra que los populismos reaccionarios y fanáticos como Syriza en Grecia o Podemos en España solo conllevan a la destrucción y el desgobierno del país que dirigen, y a que la violencia se adueñe de las calles.
A Vaurofakis con Tsipras le pasará como a Monedero con Iglesias que se pelean por ser duros, blandos y encastados; y que conste que no lo digo yo, sino que lo afirma el propio Monedero. Que poco dura la alegría en casa del vecino.
Carlos Iturgaiz