viernes, abril 19, 2024
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¿Océanos silenciosos?

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¿Son nuestros mares y océanos unos “paraísos del silencio”? Sin duda, el mar ha sido un verdadero mundo del silencio durante millones de años. De hecho, el famoso oceanógrafo francés Jacques-Yves Cousteau, uno de los primeros científicos en investigar y documentar el mundo submarino, dio a su primera película en color, estrenada en 1956, el titulo de «Le Monde du silence». Pero ¿sigue imperando el silencio en los fondos marinos? La respuesta es que cada vez menos, debido a la creciente interferencia humana en los ecosistemas marinos.

Cuando doy charlas sobre el tema del ruido submarino, los asistentes, en su mayoría, se quedan muy sorprendidos al conocer la problemática, pues el imaginario común aún identifica los mares con ese mundo de silencio absoluto. Nunca antes habían oído hablar de esta cuestión, de este problema ambiental que en las últimas décadas no ha hecho más que agravarse, minando la sostenibilidad de los ecosistemas marinos, ya de por sí muy amenazados por los vertidos tóxicos industriales, las mareas negras de petroleros y plataformas petrolíferas accidentadas, la sobrepesca, la acumulación de plásticos y otras basuras, ciertos efectos derivados de procesos ligados al cambio climático, etc.

Lo cierto es que el nivel de ruido de origen antropogénico en el medio marino aumenta a un ritmo alarmante. En algunas áreas, los niveles de ruido submarino se han ido duplicando década tras década durante los últimos 60 años. Desde el punto de vista científico es cada vez mayor la preocupación por la proliferación del ruido ya que representa una amenaza significativa para los ecosistemas marinos y para la supervivencia de mamíferos, tortugas, peces y otros animales que habitan los océanos.

Diversas actividades del ser humano son la causa de esta contaminación acústica submarina. La de mayor impacto es la realización de sondeos acústicos, principalmente para llevar a cabo prospecciones de hidrocarburos en el subsuelo marino, mediante la utilización de cañones de aire comprimido. El tráfico marítimo es otra causa importante, especialmente por el hecho de que más del 90% del transporte mundial de mercancías se realiza con barcos. Otra de las más destacadas es el uso de sónares activos militares, pero no hay que olvidar el uso de explosivos en el mar, diversos tipos de experimentos oceanográficos o la construcción de infraestructuras en el lecho marino.

Todos tenemos grabados en nuestras mentes algunas de esas imágenes tan tristes de varamientos masivos de cetáceos, que con cierta frecuencia nos retransmite la televisión: un dramático fin para estos inteligentes mamíferos. El uso de sónares activos en maniobras militares es causa comprobada de estos sucesos de varamientos. Los barcos militares usan sónares activos durante sus ejercicios y actividades de rutina para detectar objetos en su trayectoria tales como submarinos, a partir del eco que éstos devuelven pero, inevitablemente, el ruido submarino que producen tiene también graves consecuencias para los cetáceos, especialmente los zifios, animales muy buceadores, muy sensibles a estos sonidos.

Estos sistemas de sonar de baja y media frecuencia emiten pulsos de sonido de más de 100 segundos a la vez durante horas y horas y están diseñados para concentrar la mayor cantidad de energía posible en campos estrechos. Los sistemas de sonar de baja frecuencia sirven como una forma de poner grandes áreas bajo vigilancia y por lo tanto logran saturar de sonido a miles de kilómetros cúbicos de agua. Los sonares militares utilizan frecuencias de entre 0,1 y 10 kilohertzios (kHz) y pueden alcanzar hasta 230 decibelios. Esto es equivalente al sonido generado por el lanzamiento de un cohete al espacio.

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Está muy bien estudiado el negativo efecto de estas operaciones militares en los cetáceos en la zona de Canarias. Diversos estudios confirmaron que la mayoría de los varamientos en masa de zifios, en varias playas e islas a la vez, en Canarias, coincidían con la celebración de ejercicios navales. En 2003, un artículo publicado en Nature aportó evidencias de que los animales murieron a consecuencia de los ejercicios navales “Neotapón 2002” celebrados frente a la isla de Fuerteventura. Esta investigación tuvo un efecto importante pues, gracias a ella, el Parlamento Europeo votó a favor de una resolución en la que se recomendaba evitar el uso de esta tecnología hasta que se conociera el daño a la fauna marina. Como respuesta, el Gobierno español aprobó en 2004 una moratoria para impedir el uso de sónares militares antisubmarinos en las islas Canarias, la cual hasta ahora ha sido respetada y desde entonces no ha vuelto a haber varamientos masivos en Canarias.

En cuanto al tráfico marítimo, hay que saber que los barcos, en su navegación, tienden a producir sonido de baja frecuencia (entre 10 Hz y 1 kHz), que se puede propagar a través de enormes distancias en todas las direcciones. El efecto que provoca la navegación marítima, considerada en su conjunto, es el equivalente a una especie de «niebla» acústica permanente y en constante aumento que enmascara los sonidos naturales y altera el comportamiento animal pues este ruido, por sus características, interfiere con las frecuencias utilizadas por diversos tipos de ballenas, delfines, focas, peces y otros animales marinos.

Por otra parte, desde que empezara a vislumbrarse el final de la “era del petróleo convencional” (el de mayor facilidad de extracción), la industria petrolera ha iniciado la búsqueda de depósitos de hidrocarburos en zonas donde hasta hace unas décadas no resultaba rentable hacerlo debido a su elevado coste y riesgos: en aguas profundas (más de 500 m. de profundidad). La búsqueda de hidrocarburos bajo el lecho marino implica varias fases: primero la realización de sondeos acústicos (adquisición sísmica) para tratar de localizar potenciales yacimientos; posteriormente, sondeos exploratorios (o perforatorios) para comprobar su viabilidad; y, en el caso de obtener resultados interesantes para la empresa, el siguiente paso sería la explotación comercial de los yacimientos encontrados. Cada una de estas fases conlleva sus correspondientes impactos ambientales y entraña importantes riesgos para los ecosistemas.

En lo que se refiere a la contaminación acústica submarina, es la primera fase, la de los sondeos acústicos, la más preocupante. Esta actividad consiste en tratar de localizar formaciones geológicas en el subsuelo marino en las que potencialmente haya podido quedar atrapado gas y/o petróleo, mediante el empleo de cañones de aire comprimido (air guns). Éstos, remolcados por un buque especializado, disparan “burbujas” de aire a alta presión a las aguas marinas. Las explosiones se realizan de forma continua a lo largo de las 24 horas del día, los siete días de la semana, normalmente durante varias semanas, o incluso meses. La explosión de la burbuja produce un fuerte sonido que penetra en vertical hasta 7.000 metros en el suelo marino, tras atravesar cientos o miles de metros de columna de agua. Parte de esta energía acústica se refleja y se desplaza de nuevo a la superficie donde es registrada por una serie de hidrófonos que remolca el barco. Esta información proporciona a los geólogos detalles de las formaciones rocosas situadas debajo del lecho marino, como si se tratase de una ecografía.

Según el “Documento técnico sobre impactos y mitigación de la contaminación acústica marina” del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA), publicado en 2012: “La profundidad de penetración de las exploraciones sísmicas industriales en la corteza terrestre es de hasta 15.000 pies (aprox. 5 km) para sondeos de petróleo y 20.000 pies para yacimientos de gas. Esto indica las grandes distancias a las que los pulsos sísmicos pueden ser detectados por la fauna marina”.

La energía del sonido se mide en decibelios (dB), en relación al umbral de la audición humana. La escala de decibelios es logarítmica, lo que significa que 20 dB no es el doble de fuerte que 10 dB, sino 10 veces más energía sonora y 30 dB es cien veces más.

Hay que tener en cuenta que el ruido ambiente del océano se sitúa entre los 55 y 85 dB. Sin embargo, las ondas acústicas emitidas por esos air guns tienen un nivel sonoro de 249 a 265 dB y una frecuencia de entre 10 y 250 Hz. A modo de comparación, estos sondeos acústicos son entre unas 10.000 y 100.000 veces más ruidosos que el motor de un avión a reacción, que emite un ruido de unos 140 dB.

Este es un nivel de ruido que causará inevitablemente daños graves a una amplia serie de mamíferos, tortugas, peces e invertebrados, dado que está firmemente comprobado que por encima de 180 dB se producen con seguridad impactos significativos sobre los cetáceos (afecciones por pérdida de audición temporal, que en casos de repetición de los pulsos pueden ser permanentes). No obstante, recientes investigaciones de entidades prestigiosas han descubierto que los daños se producen con menos decibelios por lo que se ha rebajado significativamente ese umbral. Así, la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) del Gobierno de los Estados Unidos ha establecido en 146 dB el umbral para daños temporales en la capacidad auditiva de cetáceos expuestos a fuentes de ruido impulsivas bajo el agua (como las que generan los air guns).

En el Documento técnico del MAGRAMA antes citado se afirma: “Los sondeos sísmicos aportan más energía acústica anualmente a los océanos del mundo que cualquier otra fuente antropogénica en uso actualmente. Los pulsos acústicos de los disparos sísmicos se pueden escuchar rutinariamente a cientos de kilómetros, llegando a distancias de miles de kilómetros cuando se difunden por ‘canales de sonido’ naturales, existentes en los océanos debido a los cambios de temperatura en la columna de agua”.

Se han confirmado como efectos provocados por estos sondeos acústicos en las especies marinas: pérdida de equilibrio, desorientación, hemorragias internas, destrucción del oído interno, descompresión respiratoria, burbujas de aire en órganos y sistema circulatorio, y derrames cerebrales.

Existe un amplio consenso científico que permite asegurar que dichas ondas afectan al sistema de ecolocación (biosonar) de los cetáceos, alterando su comportamiento y afectando muy negativamente a su capacidad de orientación (siendo la causa raíz de los varamientos), y las de alimentación, reproducción y cría. Dado que, como reconoce el MAGRAMA, los ruidos antropogénicos en los océanos pueden viajar en el plano horizontal cientos de kilómetros desde la fuente emisora, el impacto potencial para la fauna es inmenso.

Con respecto a las tortugas marinas, los estudios científicos han constatado alteraciones en el comportamiento, cambios en los patrones de natación y buceo, evitación de la zona, incremento del estrés y daños fisiológicos temporales, lo que generalmente provoca un empeoramiento de su estado fisiológico (en su capacidad de regular la temperatura corporal, cambios metabólicos, etc.) y disminuir su capacidad de supervivencia al hacerlas más vulnerables a la predación, la colisión con embarcaciones o a quedar atrapadas en redes de pesca. También hay evidencias científicas de casos de varamientos y mortalidad de tortugas marinas como consecuencia del ruido generado por explosiones submarinas.

También es conocido que provocan efectos devastadores para la pesca. Entre estos se han comprobado; daños físicos en diversos órganos y sistemas internos, como el auditivo; alteraciones del comportamiento, incremento de estrés, cambios en la distribución horizontal y vertical; además de daños irreversibles en huevos y larvas de la mayoría de especies: todo ello conlleva a una disminución de la abundancia en las poblaciones. De hecho, se ha documentado sobradamente la reducción de las capturas comerciales, especialmente de peces de gran talla, evidente incluso a distancias de más de 30 km de la zona donde se ubica el foco emisor, lo que podría repercutir negativamente en las pesquerías de especies de alto valor económico como el atún rojo. También se ha documentado para especies como el bacalao, el abadejo, el pez roca, el arenque, la anguila y la bacaladilla índices reducidos de captura de un 40% a 80% tras campañas de sondeos acústicos. Si no se disminuye la contaminación acústica marina en unos mares ya de por sí sobreexplotados, podrían producirse daños económicos significativos en las pesquerías de muchos países.

Sobre los efectos del ruido de las prospecciones sísmicas en invertebrados hay menos estudios y éstos se han centrado principalmente en crustáceos y cefalópodos, habiéndose detectado respuestas de alarma, cambios en los patrones de natación y de posicionamiento en la columna de agua, comportamiento de evitación, lesiones físicas severas, desorientación y aturdimiento, varamientos e incluso la muerte. Dado que fundamentalmente los invertebrados se encuentran en la base de la pirámide trófica, la disminución de sus poblaciones puede tener efectos muy negativos para todo el ecosistema, al igual que en las especies comercial objetivo de las pesquerías.

En resumen, se trata de un importante problema ambiental, con graves repercusiones potenciales para la fauna marina y para la pesca. Afortunadamente, cada vez más organizaciones trabajan unidas para lograr una regulación internacional de la contaminación acústica en los océanos. Más de 150 ONG de todo el mundo se han unido en la International Ocean Noise Coalition (IONC) con este objetivo. En Europa, existe la European Ocean Noise Coalition, integrada en la anterior, liderada por la prestigiosa organización suiza Ocean Care. Ésta ha lanzado la campaña “Silent Oceans” con el objetivo de proteger a la fauna marina de la contaminación acústica.

Si queremos recuperar el silencio en nuestros océanos, si queremos seguir viendo delfines, ballenas y tortugas en el mar, o que nuestras pesquerías no se colapsen, una de las cosas que tenemos que hacer es dejar de ser indiferentes ante la contaminación acústica marina. Apoyemos a estas organizaciones que combaten este grave problema ambiental o a otras, como la Alianza Mar Blava, que lucha, también por este motivo, contra las prospecciones petrolíferas en el Mediterráneo.

Carlos Bravo / Salvia

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