sábado, abril 20, 2024
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El General sin miedo

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En este Portugal nuestro, en lugar de dedicarnos a lo que realmente interesa, esto es, superar la pobreza, luchar contra la corrupción, y entre todos construir con la mirada puesta en el futuro un país moderno y eficaz, nos perdemos en añorar viejas glorias y tiempos pasados.

Cierto es que resulta difícil superar esta característica nacional, tan enraizada en lo más profundo de nuestro ser que casi parece consustancial con la idiosincrasia lusitana. Así ocurre con el sebastianismo, ese suspirar melancólico por la llegada a Lisboa en una mañana de niebla, para librarnos de todos nuestros males, del rey don Sebastián. Pasa lo mismo con la añoranza de Humberto Delgado, el General Sin Miedo, que en estos días vuelve a estar más presente que nunca en la memoria colectiva de los portugueses.

Recientemente ha surgido un movimiento para recuperar la memoria del General. Unos piden que el aeropuerto de Lisboa deje de denominarse por el sitio donde se encuentra, Portela, para rebautizarlo con el nombre de Humberto Delgado, quien al fin y al cabo fue general de nuestra escasa fuerza aérea. Otros, más risueños, recuerdan la respuesta – genial y hasta surrealista – que dio cuando en la campaña de las elecciones presidenciales de 1958 le preguntaron, caso de resultar elegido, qué haría con Oliveira Salazar: “Obviamente, dimito-o”.

Son muchos menos, sin embargo, los que se acuerdan del fallido golpe militar que protagonizó en el cuartel de Beja en 1962, y apenas un puñado los que saben de los tejemanejes a los que se abandonó en su exilio en Argel, intrigando con ese aprendiz de brujo que fue Ben Bella y con aquel Partido Comunista Portugués en el que no militaba precisamente lo mejorcito de cada casa. Uno que ya es perro viejo, nunca se fio en exceso de la capacidad política de los militares y todavía menos de los que conspiraban con los iluminados del Tercer Mundo.        

Por eso pienso que mejor nos iría si nos pusiéramos a trabajar de verdad y aceptásemos de una vez por todas que don Sebastián terminó descuartizado en las llanuras de Alcazarquivir. Nuestro joven Rey no sólo no regresará nunca sino que, para colmo de males, en aquella aciaga expedición también se perdió – oh dolor – la venerada espada de don Alfonso Henríquez. De la misma manera, deberíamos aceptar también que el fantasma de Humberto Delgado, asesinado vilmente en un páramo de Villanueva del Fresno junto con su secretaria, no moverá un dedo para sacarnos de la triste situación en la que nos encontramos, y que tan ardua tarea corresponde a todos y cada uno de los actuales portugueses.

Rui Vaz de Cunha

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