jueves, marzo 28, 2024
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Charlie Hebdo: contra la langue de bois o el lenguaje hueco

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Charlie Hebdo ha pagado por llamar a las cosas por su nombre y no tener pelos en la lengua. La compañera del asesinado Charb, Jeanette Bougrab, lo ha dicho hace unos días: hay que abandonar este lenguaje eufemístico con el que ocultamos la realidad. Y ha reprochado a esa izquierda islamófila que tanto abunda en nuestros países de haber ido preparando el caldo de cultivo. Como aquella que hace treinta años excusaba a las Brigadas Rojas, a ETA o a la Baader Meinhoff.

Lo políticamente correcto ha hecho estragos, no sólo en el pensamiento sino hasta en la estrategia de lucha contra el terrorismo. Pascal Bruckner ya habló del victimismo como excusa de todos los atentados. Hasta en estas circunstancias la prensa española –la misma que ignora las masacres de cristianos y jecides- destaca algunos pequeños atentados contra mezquitas agitando el temor de una extrema derecha, como si ese fuese el principal problema.

Hay que decirlo claramente : no hay islamofobia en Francia. Es el país más liberal en este sentido, con seis millones de musulmanes. El francés puede que no sea siempre super simpático pero tolera perfectamente a los demás. La tradición republicana es real, existe. El policía rematado y un ujier de Charlie Hebdo eran musulmanes. Un musulmán ha salvado judíos en el supermercado cocher. No hay obstáculos a la integración por razones religiosas: los que no se integran son algunos hijos, por cierto, de integrados; los que se van a la yihad van con pasaporte francés, con lengua y educación francesas.

Hace unos días, hasta Philip Stephens, del Financial Times comparaba la Yihad con los islamófobos alemanes. Es como aquellos obispos vascos que hablaban de la violencia venga de donde venga, equiparando a los terroristas con los policías de un Estado democrático.

Manifestarse por la solidaridad y la unidad es lógico, cauterizador, consuela, es terapéutico, pero no es suficiente (y menos si muchos de los políticos representan países totalmente antidemocráticos). No sirven los duelos, sirven las acciones. No hay casi acción europea, salvo los despliegues policiales a posteriori. Los políticos se niegan a considerar el terrorismo islámico como una verdadera amenaza. Todos los asesinos estaban fichados e incluso habían sido ya detenidos con anterioridad. Esto no es nuevo, pues recordemos que Francia se negó durante décadas a ver en ETA una amenaza a la democracia (el Consejero de Estado Bruno Genevois defendía en la ENA en 1982 la doctrina de que los etarras eran equiparables a los resistentes contra el nazismo –Caso Astudillo-Calleja).

Los imanes, las mezquitas deben asumir su responsabilidad y condenar sin paliativos todo tipo de yihad (que es una desnaturalización del Corán por una lectura deliberadamente ancestral, literal y de mala fe). Y evitar que los jóvenes se sientan atraídos por los extremistas. El cambio en la mentalidad debe venir desde dentro del Islam. Lo ha dicho el pensador musulmán Abdennour Bidar en su carta abierta del pasado 11 de enero: Dear Muslim world. Al igual que el escritor argelino Bualem Sansal. También sería interesante leer, sin prejuicios, a la autora egipcia Bat Ye’Or, en su libro Eurabia, de hace casi diez años, (evidentemente, no traducido en España); o ver qué decía Enoch Powell hace más de medio siglo, que era reaccionario pero no estúpido, al contrario.

Pero tenemos dos problemas: el ideológico (sobre el que volveré), y el de tiempo y de medios. El terrorismo es más ágil que la democracia y no tiene escrúpulos mientras la democracia debe respetar unas formas (por eso los polícías siempre desenfundan tarde). No creo que en varias décadas veamos los cambios. Lo peor es que genera miedo. Y el miedo es mal consejero. Diez mil soldados o suprimir el espacio Schengen no van a cambiar casi nada.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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