jueves, marzo 28, 2024
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¿Es un derecho la felicidad?

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En la entrega de los Premios Derechos Humanos de la Abogacía, uno de los galardonados, Iñigo Ortíz de Mendíbil dijo que «ningún  bien vale como la vida. El primer bien a proteger debe ser la felicidad humana». No creo que Íñigo, que cambió el periodismo por la misión de hacer felices a los demás en un barrio madrileño, el de san Fermín, donde la felicidad nunca estuvo demasiado presente, haya copiado la idea del presidente venezolano Maduro, que ha creado un Viceministerio de la Felicidad. Iñigo está más cerca de Aristóteles, que decía que «la verdadera felicidad consiste en hacer el bien». Se ha dedicado a recoger a jóvenes toxicómanos, a ex presidiarios, a niños de familias desestructuradas y ha creado para ellos centros de acogida e integración, talleres para formarles y empresas donde puedan trabajar. Una de esas chicas de Iñigo decía que «nadie me ha querido dar trabajo porque supongo que se nota que he sido drogadicta. A veces han tirado mi currículum a la basura delante de mí. Es muy duro».

Aquí, en España, es relativamente fácil ser feliz, sobre todo si nos comparamos con varios miles de millones de habitantes del mundo o con lugares donde la felicidad sólo consiste en sobrevivir. Y, a pesar de todo, en muchos de esos lugares, casi todos son más felices que nosotros o, por lo menos, tienen más fácil la sonrisa y la esperanza. Seguramente, porque no desean alcanzar lo que no pueden y tratan de sobrevivir con lo poco que tienen. Allí, la felicidad es una aspiración y aquí la hemos convertido en un derecho de todos. Gustavo Dessal un psicoanalista y coautor del libro «El retorno del péndulo», decía hace poco que «antaño ser feliz era poder comer… pero hoy creemos que si no somos felices es porque hacemos algo mal o porque nos lo están haciendo». Buscamos la felicidad instantánea, inmediata y, si es posible, sin esfuerzo personal alguno. Creemos que nos la merecemos por el mero hecho de estar aquí. Y nos frustramos cuando no la conseguimos.

Como la felicidad que se busca es superficial pero creemos que tenemos derecho a ella, se sufre una patología adictiva que es de esta época y de este mundo occidental en el que, aunque falten muchas cosas, sobran muchas más. Donde no hay nada, ni siquiera puede haber adicciones. Dessal dice que la gente se ata «hasta la esclavitud, a relaciones, conductas, sustancias que les hacen gozar y sufrir con tal intensidad que les resulta imposible dejarlas». Muchos de esos que marcan tendencias, que son famosos o populares pasan en pocas semanas del amor de su vida a otro que lo es también. Incluso con más facilidad  que cambiar de amigos, de casa, de coche o de teléfono móvil y de esos artilugios que muchas veces nos atan a un mundo virtual y nos separan del mundo real.

Muchos no han comprendido todavía que la felicidad está en gentes como Íñigo o el «Tío Alberto» y su Ciudad de los Muchachos o en los misioneros que cuando les destruyen todo se quedan sólo con lo que vale: las personas que no creen tener derecho a ser felices. Simplemente quieren ser buena gente. Dar antes que recibir. Por ahí empieza la felicidad.

Francisco Muro de Iscar

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