viernes, marzo 29, 2024
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Las precauciones ridículas

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Acabo de contemplar el interrogatorio de una posible candidata del PP a la alcaldía de un pequeño pueblo, llevado a cabo por sus conmilitones, y he sentido el deslumbramiento que se produce cuando un concepto, como el ridículo, aparece de manera específica y clara delante de tus ojos. A pesar de ser un entusiasta buscador de tonterías contemporáneas, nunca me había imaginado que un partido político preguntara a sus candidatos potenciales si resistirían la tentación de robar, cuando llegaran a ostentar el cargo. La intención del circunloquio es tan estúpida y tan estrafalariamente inocente  que causa sorpresa y vergüenza ajena. Se supone que el deshonesto y atrabiliario personaje que pretende medrar y enriquecerse a través del cargo público, ante la «inteligente» pregunta de si piensa dejar de ser honrado, se echará a llorar, confesará sus intenciones y se marchará avergonzado. O no, que diría Rajoy. ¿A quién se le ha ocurrido esta melonada tan espectacular?  ¿Al mago Arriola, el gran negociador? ¿A algún cerebro generosamente retribuido?  Me pongo en la piel de la candidata, e intuyo que me están inquiriendo sobre mi honestidad, y me veo levantándome de la silla de examen y enviando a hacer puñetas a los del interrogatorio.

Nunca me había imaginado que un partido político preguntara a sus candidatos potenciales si resistirían la tentación de robar cuando llegaran a ostentar el cargo

Puedo comprender el nerviosismo que le produce a la clase política atisbar las consecuencias del enfado y el cabreo de unos ciudadanos, que llevan apretándose el cinturón los últimos tres o cuatro años -y eso los que tienen trabajo- y la acuciante necesidad de hacer algún gesto que pueda calmar a los cada día más numerosos encabronados, pero no al precio de montar precauciones ridículas. A ningún soldado se le pregunta si echará a correr cuando comiencen a caer las bombas. Si eso sucede, su oficial le pegará un tiro o será detenido en la retaguardia, juzgado sumariamente y condenado. Que conste que no es una idea. Simplemente, constatar con una verbigracia este tremendo disparate.

Luis del Val

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