miércoles, abril 24, 2024
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El jabón de Alepo

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Hace unos días un amigo palestino me envió unos jabones de Nablús, que al igual que los de Alepo y los casi desaparecidos de Castilla, se elaboran desde siempre empleando tan sólo aceite de oliva, agua, bayas de laurel y sosa vegetal. El resultado es un jabón blando quizás demasiado grasiento para el gusto actual, acostumbrado a recurrir sin ningún reparo a la química más perniciosa con tal de obtener una textura delicada. Aunque no produzcan la espuma del jabón moderno, tienen sin embargo una suavidad y un aroma extraordinarios.

Uno podría decir, recurriendo a aquella expresión que se hizo tan célebre en los últimos tiempos del siniestro régimen liderado por Sadam Hussein cuando se enfrentaba a los ataques occidentales, que el jabón de Alepo es la madre de todos los jabones. Pero como en todas las familias, siempre hay vástagos rebeldes. De esta manera, algunos como el jabón de Marsella, lejos de preservar la esencia materna, prefirieron aventurarse por sendas inconfesables, recurriendo en su composición a mezclas de aceites cada vez menos presentables. Otros, la gran mayoría de los jabones industriales que sufrimos hoy en día, para abaratar costes renunciaron por completo a sus orígenes mediterráneos para emplear cualquier tipo de grasa a la que, para disfrazar su desagradable olor, hay que saturar de ingentes compuestos químicos.

Menos mal que algunos jabones, como los de Nablús y de Castilla, permanecieron fieles a la receta original que desde hace más de dos mil años sigue utilizándose sin variación alguna. El aceite de oliva, normalmente de segunda presión, se mezcla en la proporción adecuada con la sosa vegetal y las bayas de laurel en unos grandes recipientes donde junto con el agua más pura se cuece a fuego lento al menos durante un par de días. Luego, la pasta obtenida se vierte sobre el suelo empedrado. Cuando empieza a enfriarse, se corta en ladrillos, -los famosos mazacotes-, que se empilan y dejan reposar durante todo un año. Al cabo del tiempo, la capa exterior se oxida en unos tonos marrones y el corazón mantiene un color verde incomparablemente profundo.

El jabón de Alepo llegó a Occidente en la época de las cruzadas. Las primeras factorías se establecieron en Marsella y luego en España, sobre todo en Andalucía, donde las jabonerías se llamaron almonas, utilizando la hermosa denominación árabe. Una de las más famosas por la calidad de sus jabones fue la de Sanlúcar de Barrameda. La fama de sus productos hizo que pronto se prefirieran frente a los cada día más adulterados fabricados en Marsella. De hecho estos jabones andaluces fueron los que en toda Europa se conocieron como sapo hispaniensis, y también en Inglaterra como Castile soap, el jabón de Castilla.

Hasta hace relativamente poco, este buen jabón seguía fabricándose en muchas casas andaluzas a poco que en el corral hubiera un par de olivos. En las tiendas de los pueblos también podía adquirirse el que algún vecino elaboraba. Luego, éstas y otras muchas buenas costumbres fueron perdiéndose con el ritmo de la vida moderna aunque afortunadamente siempre queda alguna pequeña fábrica, como la muy meritoria Andalusia Soap Company que, a trancas y barrancas, sigue produciendo estos deliciosos jabones de merecida fama sobre todo en Londres.

Ignacio Vázquez Moliní

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