jueves, marzo 28, 2024
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El Estado, que no el Gobierno, pasa a la ofensiva

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Comenzamos un mes en el que el Estado, ya que no el Gobierno, aunque esté impulsada por el Gobierno, tiene que lanzarse a una ofensiva que detenga, al menos legalmente, el ímpetu secesionista que Artur Mas pretende conferir a las próximas cinco semanas que nos separan del 'día D', o sea, del 9-N. Ya se sabe lo que podemos esperar del dictamen del Consejo de Estado y de la resolución del Tribunal Constitucional, cuando lleguen: el referéndum formalmente convocado por Artur Mas el sábado pasado es ilegal y, si continúa adelante con sus pretensiones de celebrarlo (como sugirió Mas ante su televisión), que se atenga a las consecuencias. El Estado, pues, ataca con sus leyes y con sus fórmulas coercitivas precisamente para defenderse a sí mismo, al Estado español, a la nación.

Digo que esta ofensiva es cosa del Estado, y no del Gobierno, porque detrás estamos todos los que pretendemos acatar la legalidad, aunque pensemos que una parte de esta legalidad ya debería haberse cambiado hace tiempo por los métodos previstos. Ahora, aquí tenemos el resultado de tantos años de incuria, de temores, de perezas, de cinismos y de afirmaciones de que 'no se deberá abrir el melón' de la Constitución: esa Constitución ya no les sirve a quienes pretenden abiertamente conculcarla porque les resulta insuficiente. Pero ahí están Pedro Sánchez y Rosa Díez y Albert Rivera y, supongo, Cayo Lara y Pablo Iglesias, apoyando (o quizá no, en alguno de los dos últimos casos citados, donde los silencios al respecto son clamorosos) la integridad del territorio, aunque critiquen las formas con las que el Gobierno de Mariano Rajoy quiere presentar la batalla del Estado contra la actual representación de la Generalitat de Catalunya. Eso es lo peor, las formas, que, en política son tan importantes, al menos, como el fondo.

La Constitución ya no les sirve a quienes pretenden abiertamente conculcarla

En esa ofensiva del Estado estamos, además, todos los que pretendemos que este país, España, siga por los derroteros por los que ha discurrido en los últimos casi cuarenta años, que no han sido, todo contemplado, precisamente los peores de nuestra Historia. Pero hay que ganarse palmo a palmo un futuro en el que el bienestar continúe y la paz se mantenga, pero se corrijan algunos de los principales defectos que arrastramos desde hace cuatro décadas: una democracia insuficiente, una clase política a la que algún recién llegado a esto puede, con éxito de público y crítica, llamar 'casta', unas desigualdades sociales que alcanzan cotas preocupantes para la tranquilidad social, unos sindicatos pastueños. Y unos nacionalismos insatisfechos con las parcelas de poder que ostentan (¿o detentan?): quieren más, lo quieren todo, quizá buscando inconscientemente perderlo todo.

Se requiere una mano maestra, como lo fue de la Suárez en 1976, o la de Aznar en su primera etapa, veinte años después, para acallar descontentos, apagar fuegos, buscar consensos. Lo digo, claro está, porque este lunes se celebra un consejo de ministros extraordinario para afrontar el desafío de Mas y los suyos, que pueden ser cientos de miles de catalanes, pero no, desde luego, todos los catalanes. Mas quiere un referéndum en el que se vote desde los dieciséis años, del que estén ausentes los catalanes que residen en otros puntos del territorio nacional (en cambio, sí podrían votar los que residen en el extranjero) y contando con la aquiescencia sin matices de algunos medios a los que, por unas vías u otras, controla. Un referéndum para el que algunos ayuntamientos catalanes no prestarán su censo, ni las leyes de la nación su aquiescencia, ni la ciudadanía su unanimidad a la pura celebración del acto. Nada que ver con los planteamientos independentistas en Escocia, allí mucho más leales con el Estado del que se trataba de separarse: desde el Palau de la Generalitat se está planteando la rebelión, y ya hemos leído más de un comentario recordando lo que ocurrió en 1934, comparación que, solamente evocada en plan historicista, pone los pelos de punta. Pero tranquilos todos, que aquí y ahora nada puede ser ni siquiera remotamente parecido, aunque a algunos 'duros' irreflexivos les guste el aroma de la tragedia, el olor de la pólvora o, simplemente, el ruido del mazazo legal. A veces da la impresión de que Mas, el mesiánico, quiere, sabiendo que nada es lo mismo, ser Companys, cuando más le convendría que imitase al mejor Tarradellas o incluso al mejor Pujol, aquel señor del que tanto ignorábamos.

Desde el Palau de la Generalitat se está planteando la rebelión

Así que esta semana que comienza no puede ser más la de los silencios, la de las medias verdades, la del exhibicionismo de la curiosa estética y la variable ética de la Esquerra Republicana de Catalunya. Debería Artur Mas meditar en la conjunción de los astros, que ha colocado juntos estos días el resultado del referéndum escocés, la bochornosa declaración de Jordi Pujol ante el Parlament y la algarabía de la firma del decreto de convocatoria del referéndum, o consulta, o encuesta, llámese la cosa como se quiera llamar.

Al president de la Generalitat todas le vienen mal dadas. Pero es de sospechar que también debería Mariano Rajoy mirar las entrañas de la oca, porque a él, que conduce el tren en el que viajamos todos nosotros y que va en busca frontal del otro tren, tampoco le favorecen los astros. Y es que, para que te favorezcan, algo de 'ora et labora' hay que poner. Quisiera escuchar a Rajoy -¿por qué no ya este mismo lunes, tras el Consejo de Ministros?-, un ahorrador nato de palabras, explicar sus planes, sus bocetos de país, forjar un discurso que vaya más allá de que cumplirá la legalidad. El presidente del Gobierno central tiene que salir ya a la palestra ante el reto formidable que nos plantea un dirigente autonómico iluminado -no hay sino que analizar las fotografías de este sábado en la plaza de Sant Jaume- respaldado, o apresado por, un tipo -y también a las fotografías, corbata roja sobre camisa negra, me refiero- que ni siquiera era capaz de contribuir a la pretendida solemnidad del acto de suprema rebelión que frente al Palau de la Generalitat se trataba de escenificar. Mas ya ha disparado, desde lejos, el balón y parece que se ha ido bastante fuera de la portería. La pelota ahora está en el tejado de Rajoy, que tiene que convencerse de que el Estado, en estos momentos, debe ser más Iniesta que Casillas, actuar más como delantero centro que atándose a la portería.

Fernando Jáuregui

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