viernes, abril 19, 2024
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Intimidad ¿qué intimidad?

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El robo de unas fotografías de la oscarizada Jennifer Lawrence, en las que aparecía como Dios la trajo al mundo, debería hacer recapacitar a quienes amparándose en el derecho a su privacidad o en la buena fe de los usuarios de las redes sociales, guardan en sus ordenadores todo tipo de documentos y fotografías. Una actitud un tanto infantil si tenemos en cuenta que hoy cualquier ciudadano, más si es famoso, está expuesto a que un avispado «hacker» le sustraiga todos tipo de documentos y fotografías -incluidas las más comprometidas- para acto seguido colgarlas en la red con el único fin de que le reconozcan su hazaña en los medios así como un público ansioso de experiencias fuertes.

Reacia como soy a utilizar las múltiples aplicaciones que me permite Internet, salvo aquellas que puedan serme útiles para desarrollar mi propio trabajo, me sorprende enormemente la facilidad de algunos famosos y famosas, supongo que también de otros que no lo son, para desnudarse de cuerpo y de alma ante una máquina a la que puede acceder cualquier desaprensivo.

La maravilla que puede constituir internet y las redes sociales se pueden convertir en trampas 

Sé que habrá quien piense -y no le falta razón-, que me he quedado anticuada, fuera de mi tiempo, por no sacar a la tecnología todo el partido que debería. Lo sé, pero confieso que me siento más segura si las fotos las paso a papel, las pego en su álbum correspondiente y los documentos importantes los guardo en un archivador de los de toda la vida.

Según la información facilitada por el FBI, los autores del robo de las fotos de Jennifer y de las de otros muchos famosos como ella, son especialistas en piratear en los sitios menos asequibles para el usuario común, lo que les permite que circulen por Internet a su antojo, sin límites. O sea que la maravilla que puede constituir internet y las redes sociales se pueden convertir en trampas si no somos conscientes de que la privacidad cada día está más expuesta y si antes de hacernos un selfie en el baño, enamoradas de nuestro cuerpo o de nuestro trasero, no pensamos durante un par de segundos que eso podría expandirse como una bomba de relojería por el mundo y submundo de internet.

Hay un antídoto para casi todas las situaciones comprometidas: se llama sentido común. Y, como se suele decir, este es el menos común de los sentidos. Y claro, luego pasa lo que pasa.

Rosa Villacastín

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