viernes, abril 19, 2024
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La derrota del Madrid por los escaparates

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La única forma de reconocer el bien es trazando una raya y poniéndose del lado de los buenos. El lado contrario adonde habita el demonio. No siempre el mal es identificado con el desorden -aunque en el fútbol siempre entra la serpiente por la esquina del caos-; hay ocasiones en que una estructura determinada es considerada perversa sólo porque están en la otra orilla. Ese sitio lo escogimos hace muchos años, en el mundo confuso y mágico de la niñez. Para las gentes alegres y trabajadora del Atleti la moral es cosa simple. Satanás es el Real Madrid y el resto del mundo es ambrosía. Su equipo no lo miden por un canon moral, son prácticos en su fé, la mística la ocupan en desbaratar al adversario. Saben que están en el centro del escenario y saben que la mayoría de los periodistas están de su lado. Han desarrollado un sentido -casi una app- por el que son inmediatamente sensibles al melodrama que se cuece en el madrid. Siempre se ponen del lado que más daño le hace a la entidad. Defienden a grandes voces como queriendo conjurar un peligro real para la nación, al jugador que comienza a ser repudiado por el madridismo. Son los auténticos paladines del Real, el que conoce las esencias, el de la verdad. Son los valedores de ese hombre destruido que vive en el interior de la portería del Madrid.

El caso es que Xabi se fue y el Madrid ha quedado desnudo delante del público. Ya no hay una razón en el centro del campo. Desapareció la lógica y el guardian de las zonas interiores. Se fue el que se había convertido en los últimos 6 meses en la autoridad moral del madridismo. Y el Madrid es un club que necesita demasiadas cosas. Perros de presa, un hombre escoba, un cuerpo diplomático y también una autoridad que ate a los jugadores a su destino concreto que es la victoria. Sí, Xabi estaba lento, pero es como deben estar los mediocentros en su punto de cocción. No hay mediocentro rápido y si lo parece es por un defecto en el doblaje. Al que piensa el fútbol deben pesarle las piernas, y desde ese defecto construye su virtud.

Alonso estuvo 5 años persiguiendo el centro de mando y lo consiguió en noviembre del año pasado, cuando su ausencia le señaló ante los demás como el hombre en que convergían las líneas del equipo y las convertía en algo legible; en un hilo fino y tenso desde el que soldaba la jugada. Xabi se enseñoró del juego y desde ahí se ganó la décima. Ese fue el salto en el partido de ida ante el Bayern de Múnich: razón y fé, Xabi y Ramos. Una coherencia que ha costado una década alcanzar. Y una vez alcanzada, él mismo la destruye con un mal viento, con una huída hacia el mismo Bayern que sometió y que deja al Real en el territorio nebuloso de lo que está por venir. Eso es esencia del Real Madrid. Puro deseo. Lo que se hará, a lo que llegaremos, el esplendor de nuestros mejores años que siempre están en nuestra imaginación. Quizás esa sea la razón de que se le abriera la puerta a Xabi. Una mala decisión en el peor momento posible. 

El partido ya está en juego y cuando Marcelo e Isco combinan todo parece olvidarse. Kroos subía y bajaba y dictaba normas con precisión, James se incrustaba en el centro del campo todavía sin utilidad conocida, pero hacía bulto y a veces eso es suficiente para tranquilizar la mala conciencia de un equipo. Karim conectaba fácil con los interiores y Bale merodeaba por cualquier parte en donde que pudiera hacer daño. Hubo un córner que bajó lento, como todos los de kroos, que aprendió el truco en la escuela de ingenieros. Y allí estaba Ramos, sobrevolando la escena y empujando el balón a la esquina prohibida por el portero. Fue un 1-0 feliz, contra las circunstancias y la habladuría.

No paró el flujo del madrid, con Marcelo e Isco sembrando de cadáveres el lado izquierdo y los jugadores realistas llegando al lugar donde pasan las cosas cuando en la tele ya ponían la repetición de la jugada. Y es cuando Modric, anclado en la derecha, descubre a Bale que se había transparente en el interior del área. Le entrega un balón venenoso que pasa por el desfiladero, el galés se calza los guantes de visón y se deshace al defensa con un toque lleno de ternura. Y en el mismo gesto, casi desperezándose, manda una andanada al lado del poste, tan silenciosa que se puede oír el chasquido del portero al caer contra la tierra.

Es el segundo gol y todos éramos felices por entonces. Hubo una contra de la Real en el que pasaron cosas extrañas. Bastó una conducción y un centro al área para que la ocasión estuviera a un palmo de ser gol. Fue raro. Quizás la ausencia de Xabi, ese latifundio que se abría el año pasado cuando no estaba. Un descampado grande, inhabitable por la defensa del madrid; la zona del dolor le llamaremos. Xabi no sólo sabía mirar hacia atrás, si no que hacía que los demás supiesen lo que había a sus espaldas. Una pedagogía continuada. Isco y Modric lo seguían por instinto y daban esos cinco pasos hasta quedarse a defender en la zona intermedia. Aquella donde se sueldan las jugadas del equipo contrario. Aquella que hoy estaba vacía. Demasiado vacía. Tal que una ciudad en una película de catástrofes. Era un 0-2 y desde el Madrid llovían las ocasiones pero la inquietud estaba ahí. Aún así se veían cosas nuevas, diferentes a las de la temporada pasada. Una nube de jugadores madridistas que ya se reconocen por el olor y atacan todos los flancos con un desorden muy bien vigilado desde zonas interiores.

En eso llegó lo temido, el córner en contra. Silencio espeso en los bares y la vieja de negro comienza a desgranar su letanía. El balón lleva una comba estúpida, la de toda la vida y el portero se le queda mirando como si fuera lo fatal. Algo inapelable. En el poste no había nadie ni nada, ni ajos siquiera, y llegó un jugador de la Real para empujar a gol ese balón, fácil de defender si alguien toma conciencia del peligro, si no se vive en la parálisis que provocan las religiones antiguas.

Comenzó la fiesta del miedo y todo lo que pasó después ya está explicado en el volumen tercero de la psicopatología madridista. Los laterales se abrigan en la profundidad del área; los centrales ven señales de peligro en cualquier parte y se desnucan unos contra otros; los centrocampistas se niegan a bajar porque nadie les indica los caminos ni las razones. Así, los pasos para el segundo gol, un centro de párvulos desde la banda de Carvajal, estaban habilitados. Llegó un señor de la Real y cabeceó sin oposición contra el cuerpo transparente del portero. Fue el empate, fue la certeza de que el equipo está a un vahído del caos, y fue la derrota del Madrid, del club y de su historia reciente, por la mano de su mística dada la vuelta y convertida en terror infantil; manipulada por todos aquellos que quieren una piedra de la catedral para construirse un chalet adosado con vistas a la M-30.

En la segunda parte, Xabi seguía sin aparecer, y ya es mala suerte. El partido del Madrid era muy divertido si lo veías desde el espacio. Unos chavales corriendo despavoridos y a los que el campo les quedaba gigante. Siempre pasa cuando la estructura se resquebraja y los jugadores enfilan su propia portería para ser ejecutados. Llegaron otros dos goles, llenos de rebotes en el área, manotazos del portero contra sus fantasmas y desconexión entre todas las líneas, que parecían estar en planos diferentes. Volviendo a lo de Xabi, no se entiende qué tipo de manjares le ha ofrecido Guardiola, o qué grado de descomposición ha intuido en el interior del equipo después de coronar la décima. En cualquier caso, su marcha, aparentemente bien explicada, con una elegancia vistosa; con clase y la barba perfectamente perfilada, es cobarde. E incluso le falta la grandeza de otros destinos marcados. Irse un minuto antes de la decadencia le priva a la chusma del melodrama. Pero hay una lucha del jugador por afianzarse en el equipo, por volver a ganarse la titularidad (algo que ni ha intentado el portero, que creyó que su puesto era de origen divino), y por luchar contra el entorno pantanoso del madrid, que lo engrandece y lo vincula a las arterias del hincha, que piden sangre y eucaristía. Alonso fue testimonio del penar de raúl y su religión pocha, y lo ha sido de la decandencia sin fin del amigo de los niños. Y Alonso quiere pasar sin mácula a la historia del Madrid. Pero eso no es posible. Algún jirón se tenía que dejar y escapó antes de que le anegara su incipiente mito.

También está la transmisión del conocimiento. En España y en el Real Madrid, siempre abortada por oscuros cambios de humor de última hora. Se tiene la impresión de que hay una inercia general de los acontecimientos superior a las voluntades humanas. No es así. El fútbol es un asunto meticuloso y con reglas antiguas imposibles de explicar. Y el mediocentro es el hombre indicado para dar ejemplo al nuevo de lo que significa guardar las puertas. Xabi ya no está. Kroos es un príncipe confuso. El mensaje del rey lo vuelve a vomitar Casillas para los hogares de buena voluntad. 

Una temporada más, las máscaras se han adueñado de la función.

Ángel del Riego

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