viernes, abril 26, 2024
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Orgullo y suficiencia

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Luis Aragonés gritó la hueste rojiblanca y el aullido fue efectivo, pues el cuarteto de cuerda debe ejecutarse en absoluto silencio para que el espectáculo sobrecoja. El homenaje a Di Stéfano quedó quebrado por la mitad y no hubo más remedio que empezar el partido. Fue la ley de la calle, que el Athleti ha hecho suya desde el momento en que le empezaron a faltar los títulos.

El Real tomó tantas precauciones que parecía vivir en una jaula. No quería despertar al niño o era simple pereza, pues del verano se llega pensando que el trabajo es un castigo. La estructura del Madrid rotaba sobre su eje sin girar a la defensa del atlético. Eran cambios de orientación sin juicio previo. Ramos o Kroos le daban a la palanquita y el balón sobrevolaba elegante el cielo de Chamartín. Llegaba el control apresurado de Bale o Carvajal y la defensa atlética mordía la jugada y borraba el daño. De repente todo era un rebote y el balón un conejo asustado que iba bajando escalones hasta la zona de Ramos o Pepe. Y vuelta otra vez.

Los defensas atléticos no se dejaban hipnotizar por los movimientos elásticos de Bale y rozaban todo lo que salía de él. Simeone ha prohibido el regate y comprime los espacios como si tuviera una máquina de vacío. Bale y Cristiano se cambiaron de banda tal si fueran una pareja burguesa; por puro aburrimiento, para probar fortuna por el otro lado. Tampoco pasó nada. La defensa madridista jugó en chanclas y la segunda línea no acudía a los rebotes. Una cortesía que ya pagó caro el Real en la primera parte de la temporada pasada. Le cayeron varios balones muy francos a los atléticos pero remataron sin fe. De las virtudes teologales, descartada la caridad, como comprobó Bale que se revolvió entre púas todo el encuentro- los atléticos anduvieron sobrados de esperanza: en el siguiente partido, en que la combinación madridista se torciera, en que uno de los muchos rebotes cayera de su lado, en el niño lleno de pavores en que se ha convertido Casillas.

Les dijeron que era el mejor equipo de la historia y quisieron llegar a la victoria por erosión. Tony Kroos con su plan preestablecido de limpieza y ejecución impolutas ayuda a creerse esa ficción. Cada jugador blanco estaba en sus casillas y sólo entraba la brisa por los laterales. Para el atlético era el espacio y el ritmo y, aprovechando las pérdidas madridistas –un desasosegante Ramos, que cada temporada empieza un melodrama que acaba en resurrección-, estuvo cerca del gol en dos remates muy claros disueltos en la nada por miedo al qué dirán.

Llegó la segunda parte, sin Cristiano al que llevamos sin ver en su elocuencia máxima, la que derrumba ciudades, desde noviembre del año pasado. El Madrid comenzaba a soltar chispazos en las junturas entre líneas. Modric ya saltaba de eje, Kroos se soltó de su armadura táctica y Karim salía y entraba de plano con esa elegancia sexy que vuelve locas a las defensas. Pero sin Cristiano y con un Bale desnortado por la ley del palo que se le aplicó todo el encuentro, el Real está condenado a dibujar preciosas orquestaciones  muy aplaudidas desde lo alto, pero con un clímax abortado en el escalón previo.

Di María saltó al campo cerca del final y aportó la locura –o estupidez, según se mire- suficiente para acabar de desordenar el partido. Entre él y Marcelo le pegaron un patadón al tablero y los últimos 10 minutos fueron un feliz desparrame que era lo que los espectadores esperaban desde el principio. La tribu atlética teme más a la conducción que al pase, y por eso Isco, Marcelo y hoy James les hunden el cuchillo hasta el fondo. Una larga cadena de pases en el que la posesión vaya ordenando las piezas y la jugada se cargue de electricidad es una utopía contra ellos. Pero contra el hombre que lleva la pelota pegada al pie y la pierde pero recoge los trozos de la jugada y comienza de nuevo –con un levísimo desorden en su defensa-, no tienen argumentos. James se mueve bien en un terreno que Cristiano odia; el de la jugada trompicada con brazos y piernas rozándose entre sí. El colombiano sale de ahí triunfante por técnica, clarividencia y espíritu.

Así se fue cocinando el gol que llegó en la jugada que más lo invocó. Kroos pudo gobernar la mediapunta y abrió a Carvajal que se movía vertiginoso como un átomo salido de la escisión del núcleo. Un pase al interior del área después y Karim, tan limpio, rueda por el suelo e intenta rematar con la mandíbula. Pero James que olfateó el peligro la engancha de mala manera y el balón entra tocado y feo en la portería rojiblanca.

Cosas del realismo sucio.

La jugada siguiente, igual de perfilada, acaba con Carvajal enchufándola en el área y un rojiblanco poniendo la mano. Es Penal y el árbitro se quedó impertérrito ante las reclamaciones madridistas. Quizás el juez sintió miedo o se creyó un working class hero. O tenga alguna oscura neurosis que le lleva a quedarse paralizado ante el momento fatal. El caso es que momentos después, le cayó un córner encima a Casillas y Luis García marcó sobre la raya. Un empate quizás merecido porque cuando el atlético empujó los muebles contra el área contraria consiguió penetrar en la zona madridista sin mucho esfuerzo.

Los últimos minutos fueron patadas, rebotes, Di María tirando los balones por encima de las casas, Carvajal chocándose contra los actores secundarios rojiblancos y el árbitro pensando en la excusa que le iba a poner a su mujer. La ilusión del Bernabéu se desinfló como si fuera un soufflé y quizás eso sea bueno porque conviene arar los campos antes de echarle la culpa a la cosecha.

Ángel del Riego

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