jueves, marzo 28, 2024
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Un Papa sin vacaciones

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Por segundo año consecutivo, el Papa Francisco I no tiene vacaciones. También en eso rompe moldes y envía mensajes. Está convencido de que no puede permitírselas, igual que muchos no pueden disfrutarlas. Su verano significa levantarse más tarde -habitualmente lo hace a las 4,30 de la mañana- y reducir las visitas, pero eso no significa que esté ocioso. No ha ido a Caltelgandolfo, la residencia veraniega de los Papas, sigue con su trabajo diario, prepara una nueva encíclica sobre la protección de la naturaleza, incluida la persona humana, ha reanudado las audiencias de los miércoles, ha exigido que se paren las guerras que asolan Irak, Ucrania y Oriente Próximo y, ahora mismo está en Corea, donde ha aprovechado para reclamar la paz y la reconciliación a través del dialogo entre el Norte y el Sur.

Al Papa le interesan y preocupan mucho las periferias sociales y geográficas. África y Asia son el presente y el futuro de la Iglesia. En muchos de sus países, los cristianos están sufriendo persecución y acoso, pero también está creciendo el número de fieles y el de las vocaciones sacerdotales. El catolicismo arraiga paso a paso. Corea del Sur, un país formalmente en guerra con su vecino del Norte, rico pero con grandes desigualdades, es un ejemplo por muchas cosas, entre otras porque fueron los laicos, «intelectuales laicos que buscaban la verdad» en palabras de Francisco I, y no los sacerdotes, los que evangelizaron inicialmente el país.

A una de las misas del Papa han asistido casi un millón de ciudadanos. Su mensaje cala. Su palabra es limpia y clara, no elude ningún tema y no trata de contentar a nadie. Simplemente lleva a todas partes «la verdad alegre del Evangelio». Ha criticado con dureza «los modelos económicos inhumanos que crean nuevas formas de pobreza y marginan a los trabajadores» así como «la hipocresía de aquellos religiosos que, en lugar de vivir gozosos la pobreza, la castidad y la obediencia, viven de forma ostentosa, dañan el alma de los fieles y perjudican a la Iglesia». La Iglesia, ha dicho también, no puede ser «una comunidad de la clase media» que avergüence a los pobres». Más claro, agua. Pero también ha defendido el celibato de los sacerdotes: «no hay atajos, ha dicho. La castidad expresa la entrega exclusiva al amor de Dios».

Ha pedido a los jóvenes que rechacen «un materialismo que ahoga los auténticos valores espirituales y culturales, así como el espíritu de la competencia desenfrenada que genera egoísmo y lucha». Ha estado en la «Casa de la Esperanza», hogares para la rehabilitación de discapacitados, y en la «Escuela del Amor», donde se ha encontrado con las comunidades religiosas, y finalmente ha rezado en el «Jardín de los bebés abortados», en presencia de los activistas pro vida y de un misionero coreano sin brazos ni piernas, el hermano Lee Gu-Won. Este Papa sigue interpelando las conciencias, toca las fibras sensibles de los problemas actuales del hombre y nos pregunta a todos por el sentido que estamos dando a nuestra vida. Una reflexión indispensable en un tiempo donde también debería haber espacio para lo espiritual.

Francisco Muro de Iscar

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