viernes, abril 19, 2024
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La copa Skeffington

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Como tal vez sospechen mis lectores, soy yo poco dado a las brumas del Norte. Llevo toda la vida repartida entre esta luminosa y entrañable Lisboa y la calma constante de mi heredad de Alcácer do Sal. Muy de vez en cuando viajo a Badajoz, Madrid o Barcelona, más que nada para tomar el pulso a nuestros hermanos (apelativo que los portugueses aplicamos, con cierta ironía, a los españoles), y comprobar de primera mano si las veleidades de reunificación ibérica siguen apaciguadas. Cierto es que también pasé unos años en Bruselas, pleiteando para recuperar mi finca ocupada sin éxito alguno, pero disfrutando, eso sí, de cuanto la brabanzona villa puede ofrecer al viajero desocupado. Pero cuando hablo del Norte, como todos los lisboetas, no me refiero a esas ciudades extranjeras sino a una zona de Portugal que se encuentra más allá del río Mondego (el que pasa por Coimbra), y sobre todo, a nuestra querida Oporto, ciudad neblinosa y norteña donde las haya.

Suelo ir a la ciudad invicta, como solemos llamarla, unos pocos días cada año, aprovechando el veranillo temprano que casi siempre se repite hacia mediados de junio. Voy en ese excelente tren del que ya he hablado en otras ocasiones, el Alfa Pendular, me alojo en un estupendo aunque modesto hotel en la zona de los Aliados, visito la Fundación Serralves, escucho algún concierto en la Casa de la Música y suelo cenar con antiguos compañeros de Universidad con los que, a pesar de los muchos años transcurridos desde que estudiábamos los soporíferos códigos procesales y canónicos, he mantenido viva la antigua camaradería. También forma parte del rito, naturalmente, visitar sin prisas dos o tres bodegas de oporto en Gaia. Me gustan sobre todo las de Taylor’s y Sandemans, aunque en las del Barón de Forrester hemos pasado más de una tarde memorable.

La Skeffington Cup es el torneo más antiguo del mundo

Pero hay otra actividad que nunca puede faltar en mis escapadas a Oporto. Se trata de acompañar a primera hora del día 15 de junio a esos amigos, grandes aficionados al golf, -aunque a mí me da la impresión que no son tan buenos jugadores como pretenden-, al campo que los británicos fundaron en 1890. Desde el año siguiente, y sin que haya habido una sola interrupción ni siquiera durante las guerras mundiales, se disputa en el Oporto Golf Club, situado al otro lado del río Duero, la denominada Skeffington Cup, el torneo más antiguo del mundo. Lleva el nombre del que fuera fundador y primer presidente del club, y algunos de los más antiguos productores de vino de Oporto bautizan sus mejores vintages precisamente con el nombre de aquel curioso golfista.

El campo se llena ese día no sólo de jugadores sino también de muchos curiosos como yo, que vamos acompañando a los caddies y nos ocupamos, con mayor o menor fortuna, de proteger la botella que cada jugador ha traído consigo y que debe durar al menos hasta llegar al hoyo 18. Unos y otros, vamos así deambulando por las inmaculadas praderas de magnífico césped, al principio con la seriedad que requiere el caso y, a medida que avanza la partida, cada vez más comunicativos. Ni qué decir tiene que el torneo suele finalizar con resultados poco claros, pero, y esto tal vez sea lo más importante, en sincera confraternización entre los antiguos rivales. El almuerzo, servido por camareros de guante blanco en vajillas bastante descascarilladas, en la terraza desde la que se contempla el océano, es un canto a la amistad y a las viejas tradiciones que mientras exista Portugal mantendremos vivas.

                       

Rui Vaz de Cunha

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