martes, abril 16, 2024
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Posible diálogo de chicas entre Fay Wray, Juanita Cruz y Maureen O’Sullivan

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–¿Pero, a ti te hizo algo King Kong? –preguntó morbosa la torera Juanita Cruz a Fay Wray, mientras se vestía de luces.

–No, nada… Ni siquiera un dedito –respondió la Wray.

Coincidieron en Ciudad de México.

Juanita Cruz se vestía para lidiar en la Plaza de El Toreo junto a Silverio Pérez y Lorenzo Garza. Había acudido a visitarla Fay Wray luego de almorzar con Maureen O’Sullivan.

Las tres, Juanita, Fay y Maureen, posarían al día siguiente para el cartelón publicitario de una cerveza.

Fay Wray, antes que actriz, había sido instructora y consejera psicológica de un equipo de tiro con arco formado por cadetes de West Point.

Todo empezó cuando ya graduada por Illinois, al tiempo que hacía algunos papeles en grupos universitarios de teatro, bailaba en un club nocturno por unos dólares. Se notó inopinada y maternalmente atraída por un oficial de la Academia, que allí tomaba una copa. Un muchacho muy tímido. Quiso abordarlo ella, directa y sexualmente, pero en vano.

El chico era más parado que el caballo de un fotógrafo. Un edipiano. No obstante, obtuvo para ella aquel trabajo de instructora.

2014040421293081987–¿No te lo tiraste? –se extrañó Juanita Cruz, que se ajustaba el vestido azul y oro–. Me refiero al militar, no al gorila, je, je, je…

–Imposible –respondió Fay Wray–. Yo le daba gustosamente el pecho, pero se dormía como un bebito.

Así estaban cuando entró en la habitación del hotel Maureen O’Sullivan, un poco bebida tras su rueda de prensa. Se echó a reír a carcajadas blancas.

–¡Oh, Fay, querida! –dijo la O’Sullivan–. Tú sí que fuiste afortunada, y no como nosotras… Juanita, siempre viéndoselas con minotauros venidos a menos, reducidos a su mera condición de funos que no merecen más que un bajonazo o una media pescuecera; yo, con Johnny Weissmuller, narciso gimnasta de micropene… Contigo, querida Fay, se cumple y explicita, sin embargo, el mandato evolutivo según el cual, entre las criaturas que más a menudo frecuentan desde antiguo las mujeres en su fantasioso estar solitario a mano, los grandes monos ocupan un lugar preeminente.

2014040421421132730Fay Wray, que no había obtenido provecho de su experiencia con King Kong, más allá de lo estrictamente profesional, ansiaba noticias, elementos de comparación, y dijo ante la mirada atenta de la O’Sullivan:

–Mira, yo, con mi oficial de West Point, me divertía mucho como instructora de tiro con arco hasta que me descubrió el cine… Todo era tan inocente y divertido…

–No comprendo muy bien la relación entre el tiro con arco y la neurosis –terció Juanita Cruz.

–Verás, es muy fácil –dijo comprensiva Fay Wray–. Todos los tiradores, sean de arco, de pistola, de carabina y hasta de dardos, sin olvidar a los de esgrima, proyectan en el instrumento una idealización de su miembro… Y las mujeres, pura envidia del pene, pero en el sentido que da Freud a eso: Penisneid, envidia y a la vez ganas de pene. Falócratas y sumisas. Marujas.

–Ya –dijo Juanita Cruz, probando la flexibilidad de su vestido de luces al doblar las piernas.

–Algún día –rio Maureen O’Sullivan mirando a Fay Wray–, tendrás que contar qué pasó realmente entre bastidores con King Kong y contigo… No me creo que ni un dedito, hija… Cheeta se me apretaba que no veas. Jamás lo hizo Johnny Weissmuller, por cierto…

La reunión entre Fay Wray, Juanita Cruz y Maureen O’Sullivan, acabó entre risas y convencionales bromas soeces.

Cuando salían hacia la plaza, Juanita Cruz ansiaba que la lidia de aquella tarde de sol fuese la facilona de un Johnny Weissmuller musculoso con micropene, en vez de la de aquellos dos toros asaltillados, de buida y muy desarrollada cornamenta, casi corniveleta, que la esperaban en los chiqueros de la Plaza de El Toreo.

José Luis Moreno-Ruiz

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