viernes, marzo 29, 2024
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Crimea se escribe con C de Cataluña

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Ya verá usted, querido lector, cómo el referéndum en Crimea acabará coleando aquí, en las inacabables polémicas que nos aquejan en estas tierras. Claro que Artur Mas no podrá, salvo que una ola de insensatez le ahogue, reivindicar el 'derecho a decidir' en la península ucraniana equiparándolo al que asegura que tienen los catalanes. En Crimea, las urnas estaban acompañadas por extraños militares sin identificación visible, pero con el armamento ruso bien a la vista. Ha sido una invasión contando con el asentimiento de una mayoría de la población, un paripé del imperialista Boris Yeltsin, que pasará a la Historia como el hombre que pudo traernos una conflagración a escala mundial, la tercera. Y, aunque eso no parece probable que ocurra -sí quizá un regreso a la guerra fría-, el asunto es demasiado para un Artur Mas que todo lo que quería era lograr un pacto fiscal como el de los vascos y a quien las cosas se le han ido de las manos.

Crimea ha sido una invasión que ha contado con el asentimiento de la mayoría de la población

Pero, en fin, ahí está la tesis del referéndum-solución, salvadas sean todas las distancias con Crimea -faltaría más–, con Escocia, con Quebec y con cuantos ejemplos usted quiera poner, todos distintos, distantes, pero con el territorio y el nacionalismo como ingredientes. Me dicen que Mariano Rajoy está esperando a ver qué resultados arrojan las elecciones europeas para estos nacionalistas catalanes y vascos que se aglutinan en torno a un solo punto: alejarse del poderío de 'Madrid', contemplado como un centro vicioso al que, freudianamente, se pueda culpar de todos los males. Como Crimea a Kiev, solo que aquí no hay déspotas que se justifican porque cada cuatro años los ciudadanos pueden votarles. Una vez conocidos estos resultados -y, claro, los suyos propios, es decir, si el PP ha sido capaz de sobrepasar al PSOE y cuántos diputados ha perdido en estos años–, aseguran que Rajoy actuará, al fin, ante el famoso referéndum secesionista en Cataluña. Que pondrá en marcha algún tipo de operación política, de diálogo, de palo y zanahoria.

Yo, la verdad, no estoy muy seguro de ello. A Rajoy le ponemos plazos para casi todo, y casi todos los sobrepasa su flema desesperante y no sé si peligrosa. Dice que es predecible y, no obstante, rompe cotidianamente todos los pronósticos. No sé si esperará al último gong, allá por el 7 de abril, para desvelarnos quién encabezará la candidatura en las listas europeas del PP, pero, desde luego, está dándose un atracón de poderío: ahí es nada, ver a las mesnadas cada vez más nerviosas, a tanto fiel aguardando hasta última hora su premio, que ser eurodiputado es cosa apetecible, vive Dios. El espectáculo 'digital' promete ser aún más penoso que el del PSOE, que ha confeccionado su lista a la antigua usanza: según la influencia de los clanes. Y ahí la ganadora parece haber sido la presidenta andaluza, Susana Díaz, faltaría más. En el PP, solo cabe un ganador: Mariano Rajoy, que arbitra en las diferencias entre la vicepresidenta y la secretaria general, que desoye -o como quien oye llover– a quienes quisieran dimitir como ministros y a quienes quisieran ser ministros, a quienes dicen que Bruselas es demasiado triste y a quienes matarían por irse a Bruselas.

No sé si Rajoy esperará al 7 de abril para desvelarnos su candidatura a las listas europeas del PP

De lo que sí estoy seguro es de que Mariano Rajoy va a aplicar al referéndum prometido por Mas para el próximo 9 de noviembre -menuda locura dejarlo por escrito en carta a los primeros ministros europeos, la misma estrategia que puso en marcha con lo del rescate a España y, antes, con la conjura para acabar con él en el congreso de Valencia: silencio y mirar para otro lado. Algo que patentemente está desconcertando a Artur Mas, que depende de las finanzas españolas, y a su cohorte, que, con el ejemplo de Pujol Jr., no puede ni extender el índice acusador contra la corrupción en 'Madrid'. Yo diría que esta semana se inicia no tanto la precampaña de las elecciones del 25 de mayo -ya está, de hecho, iniciada–, sino la cuenta atrás para dinamitar ese referéndum que Artur Mas tendrá, si lo hace, que convocar en precario, con urnas de cartón y sin  los fusiles rusos, que disuaden a los disidentes de gritar demasiado alto su descontento. En ese duelo al sol entre Rajoy y Mas yo tengo muy claro quién será el ganador. Y conste que, aunque repudio los duelos, me alegro, porque lo otro sería como recordar que Cataluña también empieza por C, como Crimea. Y claro que no es eso, no es eso. Hasta Artur Mas lo sabe.

Fernando Jáuregui

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