miércoles, abril 24, 2024
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En tierra de nadie

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En posición de firmes y con voz enérgica, el gendarme del último control, ante una bandera marroquí que el incansable viento bamboleaba, nos deseaba una buena marcha. Mientras, nosotros empezábamos a entrar en tierra de nadie, en ese espacio de desierto que queda entre los puestos fronterizos de Marruecos y Mauritania.

Un grupo de personas se ofrecen para cambiarnos dinero, pero no nos detenemos y seguimos por la pista de arena y grava, y entre coches abandonados y completamente desvencijados seguimos encontrando algunas personas que van cubiertas con turbantes y llevan puestas gafas de sol. Parecen los malos de una película de Indiana Jones.

La arena del desierto está en eterna disputa con coches abandonados en medio de chatarra, neumáticos y televisores destartalados, y vemos gente que aparece ante nosotros y que no sabemos bien de dónde surge.

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La pista transcurre entre alambradas, es la zona limpia y trillada de minas, que nos dirige hacia Mauritania. Muy a lo lejos, entre la arena que levanta el viento vemos una antena que da cobertura a los móviles, y que se convierte, en ese momento, en nuestra única referencia para guiarnos en nuestro camino.

En más de una ocasión tenemos que dar la vuelta, para evitar esos tramos más arenosos en los que las bicicletas acaban siempre clavadas.

En unos pocos metros notamos que los rasgos de la gente cambian de forma drástica. Ya no son rasgos magrebíes sino negros. ¿Inmigrantes de países subsaharianos o mauritanos? 

Hemos atravesado una de las barreras geográficas más grandes del planeta

Muchos de ellos son inmigrantes subsaharianos en una de las muchas paradas en su largo camino hacia el sueño europeo.

Hemos atravesado una de las barreras geográficas más grandes del planeta, que ni los romanos osaron a cruzar y prefirieron instalarse en sus bordes del norte, junto al mar Mediterráneo.

Esa gran barrera hace de frontera, y es en esa franja de cuatro escasos  kilómetros de ancho, tierra de nadie, en la que vemos más cambios que en los anteriores mil kilómetros.

Dejamos el mundo magrebí y nos adentramos en el África subsahariana.

La arena se mueve de un lado a otro avivada por el fuerte viento, y más libre que las personas aquí atrapadas y que aguardan un nuevo salto hacia sus sueños.

Después de unos cinco kilómetros llegamos con un puesto militar, es el control que hace de entrada a Mauritania. En sus extremos se levanta un muro de piedras en el que se agolpan coches abandonados y un montón de chatarra, y bajo la única sombra del muro hay una puerta en las que se ven los soldados mauritanos con aire despreocupado que se refugian del sol. Vamos a pasar la marca de la frontera.

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Llevan gafas Armani de imitación, fuman cigarros y van semitapados con turbantes verdes, de igual color que su uniforme descolorido.

¡Seguirme! Nos dice un soldado con aire de superioridad, mientras agarra el manillar de mi bici como si tuviéramos la intención de largarnos, como si pudiéramos llegar muy lejos si tuviésemos la intención de escaparnos.

Quiere dejar claro quién manda allí.

A Natalia le miran de arriba abajo. Rubia ella, destaca entre las pocas mujeres que se aventuran por estas latitudes, y las que lo hacen, apenas asoman sus ojos escondidos bajo sus chadores.

Se acerca un joven civil y nos pide los pasaportes, y nos muestra el mismo aire de superioridad que nos hemos encontrado en los muchos controles que hemos pasado a lo largo de nuestro camino, por su mirada supongo que es tan solo un buscavidas que intenta amedrentar a la gente para sacarles dinero.

Nos manda entrar en un cuarto en el que tenemos que registrarnos.

Dos funcionarios con aire indolente toman nota en un papel de los pocos viajeros que por allí pasan, la mayoría saharauis. Dentro tenemos que pelearnos constantemente con las moscas que saturan el aire del cuarto de la gendarmería nacional, que no real como en Marruecos, pues ahora estamos en La República Islámica de Mauritania.

Calor, moscas, burocracia ineficaz,…esto me suena. De repente sentimos que estamos en África. ¿Y Marruecos? Comparado con esto parece el país más desarrollado del mundo. De verdad que lo parece.

Un coche para frente a nuestras bicis y de él sale un hombre con uniforme verde oliva. ¡Es un Guardia Civil! 

Dos horas más tarde conseguimos cruzar la frontera. Primera frontera superada.

Ahora sí: Ya estamos en África.

Javier de la Varga

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