Me pidió fuego, le encendí el cigarro y a mi me encendió la vida. Gracias a un simple mechero vivo-gozo-disfruto la más ardiente historia de pasión. La ley anti tabaco de ZP me ha dado muchas alegrías. No he dejado de fumar pero mi salud ha mejorado considerablemente. Al menos la sexual, que es la mejor vacuna contra los achaques propios de la edad.
Cada vez más discotecas limitan parte de la calle con cintas o vallas para encerrar a los fumadores, en plan corral. Es cierto que me siento más ganado que en un aeropuerto pero lo prefiero al antiestético sello que te ponían en la mano que era imposible de borrar y te dejaba marcado para el resto de la semana. Me hacía sentir como un Miura y no me hacía ni pizca de gracia, por mucho que estuviera más salido que El Torete.
Pues resulta que este espacio de vicio se ha convertido en el sitio de moda para ligar. No debe sorprender: la gente ya se ha tomado alguna que otra copichuela que desinhibe y anima a entrar a los más cortados; y como el sitio está cercado, la víctima no tiene escapatoria si no eres de su agrado… Es lo que se llama el ‘smoke flirting’.
Este peculiar coto privado de caza tiene muchas más ventajas: no hay música por lo que te evitas las conversaciones de besugo a gritos del interior: “¡Qué!” “¡Cómo!” o la sonrisa de gilipollas que se te pone cuando no te enteras de nada. Y lo mejor, ¡hay más luz! Así te evitas disgustos a la mañana siguiente cuando te encuentras en la cama con un morlaco.
Así que vuelve el gran olvidado del ligue “¿estudias o trabajas?” o el denostado “¿vienes mucho por aquí?”. La voz se está corriendo y ya lo frecuentan fumadores pasivos ansiosos por convertirse en folladores activos. Cualquier cosa por pillar cacho. Una vez me dijo Bárbara Rey que ella siempre iría a los espacios para fumadores, aunque no fumara, que es donde está la gente guapa. El ‘cigarrillo de después…’ ya no está de moda, ahora se llevan los de antes. Que no se apague la llama…
El conde crápula