sábado, abril 20, 2024
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Una victoria sin remedio

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En el fútbol, en el Real Madrid, todo lo  que no sean títulos colectivos, es bisutería. El club se ha enganchado a una fanfarria que suena tan alto por megafonía que se ha creado una ilusión errónea: la del equipo ganador y cenit de occidente. Un resplandor enorme para un espíritu tan pequeño. Tal como si fuera un niño miedoso envuelto en armiño y reinando en un trono de mentiras, así se ha comportado el Real en las últimas temporadas. Y cada día hay un homenaje, se bate un récord o algún jugador se reivindica delante de las masas. Ha habido un desplazamiento de la victoria a la estadística. El entrenador exhibe su rango de victorias, aunque la derrota llegara en el momento en el que se separan las aguas. Al hincha se le llena la panza en los veranos, en los homenajes sin fin y en el melodrama de la prensa; llega derrengado al mes de Abril, donde se decantan los campeonatos y junto al hincha, somatizando el entorno, rodeado de chatarra inservible, está el jugador: campeón antes de acabar la partida y con todos los vicios adquiridos que se le supone a un señorito madridista. La puesta en escena de un ganador, pero sin los títulos en la vitrina. Esa es una forma muy certera de romper la artesanía del fútbol. De que los detalles vuelvan a caer del otro lado del muro. 

Antes del partido hubo una ceremonia. Fabio Capello, el entrenador que mejor conoce los entresijos de la victoria, nunca dejó que los jugadores apartaran la mirada del césped. Esas celebraciones las posponía para el final del partido o indefinidamente. Respetaba la competición, no abusaba del teatro. Una vez empezado el partido, los jugadores continuaron el homenaje sobre el campo. Toma Cristiano, hazlo tú. Había un tono crepuscular en todas las acciones del Madrid; de equipo perfectamente plantado en el césped, que silba una melodía en la misma onda, pero sin entusiasmo, con una cierta displicencia muy ordenada. La misma tranquilidad de Ancelotti, su tono vintage de estar de vuelta, se ha ido filtrando al equipo. De esta forma, cuando no hay una pieza de caza mayor delante, acecha la parálisis. El fútbol se cae cuando los jugadores se paran. Hoy pasaron toda la primera parte quietos, en sus puestos, meneándose lo menos posible, dando un espectáculo de fin de raza. Fútbol degenerado le podríamos llamar. Irritante para el espectador y con ricos matices para el analista táctico.

Bale se pasó la primera parte convaleciente, por una patada en los testículos, que le propinó un defensa del Granada ofendido por su desmesurado precio. El galés se hubiera quedado delante del portero, pero el árbitro no se decidió a sacar la tarjeta roja para no provocar un estallido social en la zona catalana, muy sensibilizada desde el caso Neymar. Los granadinos no consiguieron chutar a puerta debido a la maraña que Carlo ha conseguido armar en las inmediaciones del área. Sólo hubo una posesión larga del Madrid, de las que se ha preparado el equipo desde pretemporada y no llegó a cuajar por pequeñísimos imprevistos en el plan general. Al final de la primer parte, al Real le entró la vergüenza y aceleró por un momento el ritmo del partido. Cristiano descargó hacia Modric, que se fue con un regate sencillo y centró desde el lateral a zona de delanteros. Ronaldo enganchó una chilena muy plástica que rechazó el portero con una estirada fenomenal. 

Jesé entró por Bale en la segunda parte. Sin estar fino, contagió con su ansia de pequeño Ronaldo al resto del ataque. En una jugada cualquiera del Granada, un jugador quedó tendido por un encontronazo con Xabi Alonso. Se pitó falta contra el Real y los jugadores del Granada no quisieron saber nada del cuerpo inerte. El Madrid interceptó la jugada y comenzó la suya con el Granada pidiendo clemencia. No la hubo. El balón fue a Modric que metió un pase instantáneo a Ronaldo, instalado entre la defensa rival. Hizo claqué el portugués y obtuvo el metro que le pedía el balón. Disparó raso y el balón entró suave, rozado por el portero. Ahí se desmoronó el Granada, a miles de kilómetros del gol, y cuya única obsesión era dejar la portería a cero.

Con el partido respirando por los costados, Marcelo se dio una fiesta con el engranaje casi a punto. El segundo gol debería ser el canon de las capacidades de este equipo. Marcelo hace una pared con quien se encuentra más cerca -Di María, en este caso- y se despega de la banda con esa agitación suya tan animista. Encuentra a Cristiano en su guarida, a punto de entrar por el pico del área, y Cristiano le filtra un pase interior al brasileño que ya corre por terreno sagrado. Puede disparar o puede que no, y hay una décima de segundo en el que cualquier opción está abierta. No se sabe la razón, pero hay jugadores que tienen la pausa encima, como otros llevan una interrogación toda su vida. Marcelo se la pasa a Karim, y Benzemá la emboca porque no tiene más remedio. Han sido media docena de fotogramas en donde apareció una jugada  en el sitio en el que no había nada. 

La noticia de última hora fue el ingreso de Isco como falso nueve. El resto del equipo había decidido dejarse ir suavemente hasta el pitido final, con las jugadas a medio terminar, fallando la tercera combinación, o sprintando al hueco equivocado. El Malagueño le puso voluntad e impidió que el partido se deshiciera, pero le falta el ángel del empeine y le sobran siempre dos o tres regates con los que se quiere ganar a la afición o rescatar sus minutos del olvido. Ahí está Alarcón, arriba o abajo, mecido por los vientos del Madrid. Dándose por aludido con los comentarios que se escuchan en el Bernabéu; intentando gustar y cayendo por eso en la irrelevancia.

Ficha técnica

Fin del partido. No es posible contar nada más. Esto sucedió, y no fue mucho.

Real Madrid: 

Ángel del Riego

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