jueves, abril 18, 2024
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Azaña y don Jorgito el Inglés

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Suele olvidarse, ante la magnitud de otros aspectos de su vida y la celebridad merecida de sus obras, la importante labor de Manuel Azaña como traductor de varios escritores franceses, entre los que destacan Voltaire y Madame de Staël, y de dos autores ingleses, Bertrand Russell y Georges Borrow.

De este último, que como el propio Azaña nos recuerda, era conocido en el Madrid de mediados del siglo XIX como don Jorgito el Inglés, tradujo sus dos obras principales, La Biblia en España, excelente libro, del que uno no sabría decir si es más de aventuras o de viajes, y Los Zíncali, en la que narra la vida de los gitanos en la Europa de su tiempo desde la perspectiva de alguien que, mediante el dominio de su lengua y la adopción de sus costumbres, comparte durante años su peculiar existencia.

Además de la versión castellana, Azaña nos regaló un magnífico prólogo a la obra de Borrow, en el que con innecesaria modestia espera que, a pesar de “la traducción descolorida”, el lector disfrute con las aventuras de este extraordinario personaje enviado a España por la Sociedad Bíblica para difundir el Nuevo Testamento en castellano, en una edición despojada de notas y comentarios, esto es, de tamaño manual, barata y por tanto accesible.

Nos recuerda Azaña que el autor fue un extraordinario políglota que dominaba, además de las lenguas europeas, otras muchas como el árabe, el turco, el manchú o la lengua tártara. También tradujo el Evangelio de San Lucas al caló, o como él mismo decía, al gitano, y corrigió la primera versión en vasco, que Borrow llamaba lengua euscarra.

No se piense, sin embargo, que fuera un fanático protestante. Se trataba, antes bien, de un hombre abierto y tolerante, que al mismo tiempo que estaba plenamente convencido de las virtudes de leer las Escrituras, no olvidaba sus propias experiencias vitales inmerso en culturas muy diversas, así como sus largos años de ateo empedernido.

Estuvo encarcelado en Madrid, no tanto por su activo proselitismo protestante como por vender libros no impresos en suelo patrio y, por tanto, prohibidos al suponer una amenaza a la falleciente industria impresora española.

Don Jorgito se decidió en su juventud por la abogacía, “la mejor carrera para quienes no pensaban ejercer ninguna”

Nos cuenta también Azaña que don Jorgito se decidió en su juventud por la abogacía, “la mejor carrera para quienes no pensaban ejercer ninguna”, para así mejor dedicarse a las lenguas, que era lo que realmente le interesaba, a la vez que recuerda que en su vida hay numerosos períodos llenos de misterio. No se sabe a ciencia cierta a qué se dedicó Borrow durante sus viajes por China y la India, ni con quién estuvo ni para qué, en las agrestes regiones tártaras.

Le parece deliciosamente ingenua la idea de Borrow de regenerar España mediante la lectura de la Biblia. Al igual que le dijera Mendizábal, lo que entonces se necesitaba no eran biblias, sino cañones, pólvora y dinero para acabar con los carlistas. Tal vez nuestro autor, al cabo de los años, huraño y avejentado en la soledad de su casa en la campiña inglesa, terminase convencido, al igual que luego el propio Azaña, de que ese quijotismo de ser “siempre afable y llano con los humildes, tratar a los potentados de igual a igual y hacer bajar los ojos al soberbio”, de poco o nada había servido.

 

 

 

                         

Ignacio Vázquez Moliní

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