martes, abril 23, 2024
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A modo de introducción

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Permítanme, antes de nada, que me presente. Nací en Alcácer do Sal, donde las planicies del Alentejo se rinden ante la inmensidad del océano, pero vivo desde hace muchos años en mi querida Lisboa. Mi origen es netamente portugués, aunque sospecho que la partícula De sea hispánica, pues si fuera lusitano antiguo sería Da Cunha. En todo caso, genealogías aparte, cuento entre mis ancestros al gran Tristão da Cunha, navegante y descubridor de la isla del mismo nombre.

Frecuenté la Universidad de Lisboa en aquellos años en los que no se estudiaba prácticamente nada, sino que se alborotaba, tarea a la que me dediqué con fruición, librándome por los pelos de ser enviado a la guerra colonial, que era el castigo habitual del régimen salazarista a los pequeño-burgueses más díscolos. Aprendí, pues, poco y me dediqué a mis aficiones principales, que son los autos antiguos y los libros de cualquier clase. En los ratos libres escribía versos en rima libre a la que era mi novia de entonces, la bella y añorada Isabel, hoy felizmente casada con un hombre rico e importante, no como yo.

Cuando llegó el 25 de abril de 1974, con la Revolución de los Claveles, mi finca en Alcácer fue ocupada por los jornaleros y así quedó varios años en sus manos, produciendo poco y  arruinándose aún más de lo que yo la tenía (la agricultura nunca fue lo mío, así como tampoco el mucho trabajo). Cuando me devolvieron la finca, la biblioteca, lo más valioso, no sólo estaba completa y en perfecto estado sino que había sido juiciosamente aumentada con literatura soviética, con clásicos del materialismo histórico y con las aventuras de todos los revolucionarios de África y América. Hoy, mi biblioteca, así ampliada, es un gran centro de peregrinación de nostálgicos del socialismo que en ella encuentran documentos y libros perdidos para siempre. Grandes tesis doctorales son preparadas en la penumbra de las estanterías de roble, lejos del ruido ciudadano y de toda intromisión biempensante.

He escrito algunos libros, muy menores, como son Lisboas y también Elogio de Bruselas, de dudoso éxito comercial, aunque el escribirlos me produjo no poca satisfacción y algún que otro placer. De ambos libros, existen traducciones españolas. En breve aparecerá otro libro más, éste sobre el pintor onubense Daniel Vázquez Díaz, amigo de mi familia y de Portugal, hoy un poco olvidado en España.

Sin pretender dirigir a mis lectores, sí les diré cuáles son mis lugares preferidos en Lisboa. Suelo almorzar en el Grémio Literário, vetusto club privado sito en la rua Ivens, junto al Chiado, que ya fuera frecuentado y también mencionado por nuestro gran novelista del siglo XIX, Eça de Queiroz en varias de sus obras. Si no, voy al Círculo que lleva su nombre, muy cerca, otra cosa arcaica y fuera del tiempo, donde me entretengo en la biblioteca y me fumo algún que otro buen habano. Mis librerías favoritas son muchas, pero quizá resalte la Galileu, en Cascais, Pó dos Livros, no lejos de la Fundação Gulbenkian y Ferin, en la Baixa.

Estrella Digital me ha invitado a publicar en sus páginas electrónicas y a ello me pongo, yo que apenas sé encender un ordenador y abrir el correo electrónico, con estas Cartas de Portugal. Cuando me falle la agudeza técnica, contaré con la siempre amable y paciente ayuda de los editores y la benevolencia ilimitada de los que espero sean algún día fieles lectores. Si todo ello no fuera suficiente, siempre me quedará la posibilidad de remitir mis crónicas recurriendo al tradicional correo que, desde siempre y previo razonable franqueo, enlaza cada noche las dos capitales ibéricas en el traqueteante Lusitânia Express.

Quiero dictar unas crónicas, que espero sean sobre todo entretenidas y desenfadadas, sobre la actualidad cultural, social y política de este país que aunque querido, no sea en el fondo tan estimado por los españoles. A éstos les interesa apenas para pasear de vez en cuando por sus calles recoletas, bañarse en sus largas playas, jugar mejor o peor al golf, comer en sus fondas típicas y comprar, incluso hoy en día, toallas y ropa de cama. Cierto es que hay españoles que vienen a Portugal a muchas otras cosas, como disfrutar de lo mejor de la ópera en el teatro de São Carlos. Los hay incluso que vienen en busca de novedades editoriales, descubriendo lo más nuevo de la literatura en lengua portuguesa, pero son los menos.

Lo que en definitiva pretendo con estas Cartas de Portugal es ofrecer a los lectores de Estrella Digital un punto de vista diferente sobre los pequeños y grandes aconteceres cotidianos de la vida en mi país. Si de su lectura resultara una mayor curiosidad hacia las cosas de Portugal, el esfuerzo habría entonces valido la pena. Si no, al menos los lectores habrán aprendido dónde degustar sin prisas un buen oporto o desde dónde descubrir una perspectiva que les revele la irrepetible belleza de esta entrañable Lisboa.        

Redacción

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