jueves, abril 25, 2024
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Tamara Falcó, persona «non grata» de Burgos

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Nadie sabe qué experiencia traumática habrá vivido en la capital española de la gastronomía de este año, o qué le habrán contando en su casa sobre esta ciudad tan hermosa, pero parece que Burgos no lo volverá a pisar en su vida Tamara Falcó. Cómo le reconoció a Pablo Motos este miércoles, sólo estando en dicha villa ella podría practicar la castidad y la pobreza, como si todos los burgaleses fueran engendros de la naturaleza y no hubiera un sitio donde poder gastar un euro. En vez de poder aspirar a ser «hija predilecta» de la localidad, lo único que ha logrado es que sea declarada persona «non grata».

Por mucho que vaya por la vida amparándose en el dicho popular de «ella es así», lo cierto es que uno realmente, después de verla en este espacio, todavía no sabe si realmente puede existir alguien así. Aquí no hace falta exagerar para describirla, siempre te quedarás corto al hacerlo. Motos no hizo sangre con ella, pese a que nunca lo tendrá más fácil para hacerlo, porque no va en sus genes ni en el de un espacio al que los invitados acuden precisamente por eso, por saber que nadie les va a poner en un brete y que, a poco que hagan, van a poder lucirse.

La entrevista fue sobre todo muy «religiosa», como ella misma, aunque en algunos momentos dio grima verla (a ella también). Frases como «Dios mola», «El Papa es la pera», «El diablo es muy malo», «El infierno debe ser como los cuadros del Bosco», «He descubierto el alma, una parte de mi vida que no sabía que existía» o «mi vocacion no es ser monja, pero hablo con Dios sobre todas las cosas», dan fe de ello.

Si ha conseguido esa  devoción religiosa habiendo leído sólo el Antiguo Testamento, uno no alcanza a descifrar cómo puede ser cuando se lea el Nuevo, cuando termine esa biblia «didáctica, no como las habituales negras, con cruces rojas que asustan» que la ha hecho olvidar el ateísmo en el que vivía antes.

Claro que tampoco se quedaron atrás testimonios como «me he comido millones de Ferrero Rocher en mi vida», «mi mayordomo, cuando vio tres cámaras, no quiso servir la mesa» o «siempre había querido estar en TV», para justificar el haber hecho ese reality de Cosmopolitan que sólo ve su madre, por mucho que la cadena asegure que hay otras cadenas en abierto interesadas en él.

Uno tenía que frotarse los ojos para comprobar que era realmente un ser humano quien estaba sentado al lado del presentador. Para ella, «la TV impresiona». Para el resto del público del plató o los más de 2 millones de personas que vieron el espacio, lo que impresiona realmente es ella, que existan personas así.

Después de escucharla no es difícil aventurar que cualquiera se convertiría a la religión que fuera si le prometiesen que ya no tendrían que escuchar nunca más a Tamara.

La mosca de ajuste

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