jueves, abril 25, 2024
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¡Es la Tercera Guerra Mundial, estúpido!

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Hace algunos meses, escuché, en boca de un importante responsable de la lucha contra los delitos informáticos, que «ya estamos en una especie de tercera guerra mundial: es la del espionaje en Internet». Lo dijo en el curso de una mesa redonda que un grupo periodístico convocó en la sede de un importante bufete madrileño y a la que acudieron desde diputados especializados en el tema hasta los encargados en Policía y Guardia Civil del combate a los crecientes delitos que se cometen en la Red. Allí estaban también la fiscal encargada de estos delitos, algún ‘hacker blanco’ y magistrados que han tenido que enfrentarse a la cuestión, la Gran Cuestión: hoy, nuestra privacidad no está asegurada, lo cual quiere decir que no solamente no hay secretos políticos, ni -atención– comerciales, sino que la propia intimidad de la persona (que se lo digan a Angela Merkel) ha dejado de ser tan íntima, valga la redundancia.

Esto que cuento, la mesa redonda, ocurría hace meses. Estados Unidos y China se las tenían tiesas por la conquista del espacio internáutico, y Rusia, la tercera en liza, ese país regido por un exagente del KGB desde donde tantas tropelías se cometen en la Red, aún no había, paradoja de paradojas, dado asilo a Edward Snowden, ese agente de la Agencia Nacional de Seguridad americana que desveló, y sigue desvelando, el espionaje masivo de su país no solamente a sus enemigos, sino a sus propios aliados. Ni en España había saltado, aunque estaba a punto de hacerlo, el sonrojante ‘affaire’ de la agencia ‘Método 3’, que colocaba micrófonos bajo los manteles, aunque habían saltado otras muchas cuestiones relacionadas con el espionaje: yo mismo tuve que denunciar a José María Ruiz Mateos, años ha, por controlar y difundir mis llamadas por el móvil.

El ojo y el oído del Gran Hermano vienen de Estados Unidos y las grandes potencias del Viejo Continente están descoordinadas

El tema del espionaje, utilizando la red, ya estaba tan sobre el tapete en esa mesa redonda celebrada en el otoño de 2012 que el responsable al que me refería, exagerando -pero ¿no son las más exageradas las frases que hacen historia?–, habló de esa incruenta, por ahora, Tercera Guerra Mundial: la que enfrenta a los Estados por el control de las comunicaciones, la que tiene como coroneles a los ‘hackers’ y como soldados a todos esos que se dedican a investigar e intervenir ‘profesionalmente’ en las redes sociales por cuenta de los servicios de inteligencia.

Y entonces sí: hay una suerte de Tercera Guerra Mundial, como hay una suerte -eso se lo escuché al director de una conocida revista política francesa de Cuarto Reich en una Alemania que tiene mayor control que nunca sobre Europa, aunque afortunadamente sin botas, ni esvásticas, ni bigotillo, ni cañones. Ya digo que las exageraciones, si tienen una cierta base, son las sentencias que quedan para la Historia. Lo que ocurre es que, como siempre, hay naciones menos preparadas que otras para esa guerra. Europa se ha sentido desnudada por el ‘caso Snowden’, como antes por el ‘caso Assange’: el ojo y el oído del Gran Hermano vienen de Estados Unidos, y las grandes potencias del Viejo Continente están descoordinadas -no lo están Londres y Washington- frente a la ‘vieja invasión’. Como en tantas otras cosas.

¿O es que usted cree que Estados Unidos no nos espiaba antes? Aún recuerdo a aquellos dos agentes sorprendidos ‘in fraganti’ recorriendo, llenos de aparatos informáticos, la verja de La Moncloa en tiempos de Felipe González, entonces un enigma para Washington. O a aquel ‘mister Brown’ asesinado en 1986 por ETA, junto a doce guardias civiles, cuando el atentado contra el autobús de la Benemérita en la plaza de la madrileña República Dominicana: el ciudadano norteamericano hacía ‘footing’, con un extraño audífono, frente a la sede de la legación soviética, y jamás fue citado ni como víctima ni como nada, porque la embajada norteamericana se encargó de hacer desaparecer la documentación y el rastro de aquel señor Eugene Brown, que sin duda no se llamaba ni se apellidaba así en la realidad.

Así que entiendo que la protesta que este lunes presente Exteriores ante su aliado Estados Unidos en la persona del nuevo embajador James Costos -menudo estreno ha tenido-sea, como se ha reconocido oficiosamente, de baja intensidad. Ni es la primera vez ni están las cosas como para armar la escandalera que han montado, por un quítame allá un espionaje, Brasil o México, o la propia Alemania, o la Francia de Hollande. La altura del vuelo internacional de España, y eso lo sabe bien el inteligente ministro de Exteriores, García Margallo, no es tanta como para tirar las patas por alto y pedir, nada menos, la intervención de la ONU como ha hecho la exguerrillera y hoy omnipotente presidenta brasileña, Dilma Rousseff.

Incluso, no será el ministro quien llame ‘a consultas’ al embajador Costos, sino un secretario de Estado, porque García Margallo está en un oportuno viaje creo que por Polonia, entre otros destinos. Porque ya digo: no están las cosas como para que los aliados se metan el dedo en el ojo y España tiene, y hace muy bien, mucho interés en mantenerse como aliado preferente de EEUU, incluyendo a este Obama que ha perdido muchos puntos en este combate planetario: la jugarreta ha sido descubierta . Su pelota, en este partido, se ha estrellado, nunca mejor dicho, contra la Red. Pero eso, aquí en España, no conviene decirlo demasiado. Ni remedar a aquel asistente de Clinton que pronunció el ya clásico aserto: «¡Es la economía, estúpido!». Aunque ya digo: esto es la Tercera Guerra Mundial ¿estúpido?

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Fernando Jáuregui

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