viernes, abril 19, 2024
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Nos espían

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El mundo del espionaje se ha democratizado mucho, si puede decirse así: antes se espiaban unos gobiernos a otros, unas empresas a otras, y dentro de eso, se perseguía la obtención de secretos políticos, científicos, industriales o militares, pero ahora, según reveló el fugitivo Snowden, nos espían a todos y constantemente. ¿Qué secretos suponen los servicios de inteligencia americanos que guardamos los particulares? Los que escondemos en lo más remoto de nuestras almas, no creo, pues los desconocemos nosotros mismos. Más bien, por lo que parece, les interesan los secretos que desvelamos alegremente en nuestros correos electrónicos, pues de otro modo no se entiende que hayan cotilleado en centenares de millones de e-mails de todo el mundo.

Lo de Método-3 es una cosa cutre e insignificante, como de la TIA de Mortadelo y Filemón

Cuando me petó una vez el ordenador y temí que mi correo hubiera corrido la misma suerte, un amigo informático me dijo que no me preocupara, que el correo habita en una «nube», que es como deben llamar al servidor o a la cosa invisible e intangible que éste usa en su moderna industria epistolar, pero lo que no me dijo es que esa nube la tenía rigurosamente vigilada alguien. Espiar está muy feo, tan feo que hasta el propio papa Francisco, que tiene salidas para casi todo, dijo que es cosa del Demonio. Espiar al detalle, cual se ejecuta en la esferas domésticas de la murmuración y la maledicencia o en la prensa del corazón con los «famosos», o espiar al por mayor, como en éste caso de interceptación masiva y global de los correos electrónicos, debe ser invento, ciertamente, de Satanás, pues si la esencia del ser humano es su intimidad, nos deja sin esencia.

Tanto se ha vulgarizado y extendido el espionaje, que hasta Alicia Sánchez Camacho espía, o la espían, no me he enterado muy bien. Claro que lo de Método-3 es una cosa cutre e insignificante, como de la TIA de Mortadelo y Filemón, al lado de ese espionaje a lo bestia de los correos electrónicos, de millones y millones de ellos. ¿Se los leerán todos? Pese a lo ridículo del caso, el asunto no tiene ninguna gracia: la nube a la que confiábamos nuestras cosas ha resultado ser, para matar en la gente el último adarme de confianza, un satélite espía del Diablo.

Rafael Torres

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