viernes, abril 19, 2024
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Hambre

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Más de dos millones de niños pasan hambre en España. Con que sólo estuviera hambriento uno, ya debería caérsele la cara de vergüenza al Gobierno, bien que en el caso de que el Gobierno tuviera cara y tuviera vergüenza. Cara tiene, y dura, al consentir, si es que no a provocar, el empobrecimiento severo de la parte más débil, más frágil, de la sociedad, presentándolo como una consecuencia inevitable de los «ajustes» para pagar la deuda. ¿Qué deuda? Las deudas se pagan si se puede, y si no se puede, se aplazan, pero no se hacen recaer sobre los que ni en la bonanza de ayer ni en la ruina de hoy tuvieron nada, excepto la vida.

Más de dos millones de niños pasan hambre en España

¿Y vergüenza? ¿La tiene quien amnistía a los grandes defraudadores fiscales y no emplea su poder para recaudar lo justo entre los pudientes, cada vez más pudientes por cierto, impidiendo así que una parte de ello se distribuya para subvenir a las necesidades más básicas de los que nada tienen? La consecuencia es el hambre: ya se ven niños hurgando en los contenedores de basura cuando salen del colegio, pues lo ven hacer a sus padres. Dos millones de familias tienen a todos sus miembros en el paro, en un paro eterno y sin remedio al parecer, y con esa miseria, con ese castigo, con esa condena se pretende pagar la deuda contraída por otros y con la cooperación necesaria de políticos imprevisores y necios. El FMI llega tarde al devastado paisaje humano de España con su delirante propuesta de expropiar el 10% de los patrimonios de sus habitantes:
¿El 10% de qué? Para unos diez millones de españoles, el 10% del yogur caducado o de la manzana picada que recogen de la basura. ¿Con eso se pagará la deuda?

El único que tiene una deuda es el Gobierno. Con la gente. Llegó ofreciendo trabajo, menos impuestos, servicios sociales, prosperidad en suma, y no traía, en realidad, sino un plan para extender la pobreza. Ya podía pagar esa deuda contraída y reclamada, dimitiendo en el acto, con la misma celeridad con que obliga a pagarla con su hambre a los niños que a la salida de la escuela escarban en los contenedores. Porque lo ven hacer, con vergüenza (ellos sí) y desesperación infinita, a sus padres.

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Rafael Torres

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