Durante la transición -y naturalmente en el final del franquismo- los sindicatos jugaron un papel fundamental demostrando una responsabilidad ejemplar. Después llegó un tiempo de evolución porque la «famélica legión» de las masas trabajadoras se había convertido en una clase media libre ya en democracia y con legítimas aspiraciones de ir subiendo más y más. Fueron los años en los que los sindicatos pactaban fácilmente con la patronal y ampliaron su apoyo a los trabajadores promoviendo, por ejemplo cooperativas de viviendas como la tristemente célebre PSV de la UGT sobre la que alguna vez se tendría que escribir la verdad y quienes contribuyeron a su fracaso. De vez en cuando una huelga general y poco más. El sistema funcionaba y en los dos grandes sindicatos, que tenían el monopolio de la representación de todos nosotros, fluía el dinero con la misma facilidad que lo hacía en los partidos e incluso mejor porque los sindicatos están a salvo de cualquier control institucional, son, de alguna forma, intocables y oficialmente opacos. Pero llegó la crisis y aparecieron los brotes negros -estos de verdad- de la corrupción de todos y hoy, lamentablemente, la UGT y CCOO ocupan las portadas de periódicos e informativos. No va a ser fácil -y menos aun negándose a la autocrítica- recuperar el prestigio que empezaron a perder hace mucho tiempo con tanta subvención, tanta risoterapia y tanto liberado. Pero así están las cosas y disimular los agujeros negros implicando nada menos que a Aznar, tampoco parece una gran estrategia.

Ahora el Gobierno de la Comunidad de Madrid les ha quitado el 90% de las subvenciones para formación y habrá que oírles. Pero también habrá que oír a las bases de la UGT de Andalucía «hartos de defender a golfos». Pues eso.