jueves, abril 18, 2024
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El descrédito sindical

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Respeto -pese a mi total escepticismo- los beneficios que se pueden obtener en un curso de risoterapia. Lo que ya me cuesta más es respetar que un sindicato, en un país con seis millones de parados, dedique una parte de las subvenciones que recibe graciosamente de todos nosotros a impartir estos cursos a los trabajadores. La verdad es que suena a cachondeo. Ya sé -y lo he escrito- que sólo será una parte mínima, una anécdota, pero no tengo nada claro que la clase trabajadora demande con urgencia cursillos de risoterapia. Pues en estos cursillos y en unos más serios y en otros igual de absurdos, se han gastado los sindicatos parte de la subvenciones que recibían. Luego llegaron los asaltos a los supermercados y más tarde el escándalo -que aun siguen negando- de su presunta participación en los EREs y de su no menos presunta falsificación de facturas y desvíos de fondos. Y lo mejor que se les ocurre para defenderse de estas bochornosas acusaciones, con pruebas contundentes y publicadas, es comparar las detenciones ordenadas por Alaya con la negra brigada político-social del franquismo. Y a la juez, caña por un puñado de valientes que la esperaban a la entrada del juzgado: «fea, inquisidora, Alaya, pepera, metete en la lechera». Una imagen bochornosa y que deja al descubierto cuál es la actitud y el talante de estos personajes. Y así les va. A la misma hora que en rueda de prensa afirmaban que, según su investigación, todo cuadra y solo admiten posibles y puntuales errores, la presidenta de Andalucía informaba que ya se habían devuelto más de 25 mil euros cobrados indebidamente por la UGT; y aun queda. No es fácil caer tan bajo, acumular tanto descrédito, derrochar tanto cinismo pidiendo cuentas a los demás pero negándose a ellos a ser transparentes.

Durante la transición -y naturalmente en el final del franquismo- los sindicatos jugaron un papel fundamental demostrando una responsabilidad ejemplar. Después llegó un tiempo de evolución porque la «famélica legión» de las masas trabajadoras se había convertido en una clase media libre ya en democracia y con legítimas aspiraciones de ir subiendo más y más. Fueron los años en los que los sindicatos pactaban fácilmente con la patronal y ampliaron su apoyo a los trabajadores promoviendo, por ejemplo cooperativas de viviendas como la tristemente célebre PSV de la UGT sobre la que alguna vez se tendría que escribir la verdad y quienes contribuyeron a su fracaso. De vez en cuando una huelga general y poco más. El sistema funcionaba y en los dos grandes sindicatos, que tenían el monopolio de la representación de todos nosotros, fluía el dinero con la misma facilidad que lo hacía en los partidos e incluso mejor porque los sindicatos están a salvo de cualquier control institucional, son, de alguna forma, intocables y oficialmente opacos. Pero llegó la crisis y aparecieron los brotes negros -estos de verdad- de la corrupción de todos y hoy, lamentablemente, la UGT y CCOO ocupan las portadas de periódicos e informativos. No va a ser fácil -y menos aun negándose a la autocrítica- recuperar el prestigio que empezaron a perder hace mucho tiempo con tanta subvención, tanta risoterapia y tanto liberado. Pero así están las cosas y disimular los agujeros negros implicando nada menos que a Aznar, tampoco parece una gran estrategia.

Ahora el Gobierno de la Comunidad de Madrid les ha quitado el 90% de las subvenciones para formación y habrá que oírles. Pero también habrá que oír a las bases de la UGT de Andalucía «hartos de defender a golfos». Pues eso.

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Andrés Aberasturi

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