viernes, marzo 29, 2024
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Los terremotos de Castellón

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Lo suyo es que hoy se hablara de un sólo terremoto, el de carácter político que constituye el juicio a Carlos Fabra tras años y años de instrucción, un sin fin de dilaciones y trapacerías legales, y nueve jueces. El caso y el personaje que muchos analistas sitúan en los orígenes de la corrupción en el PP que tantos otros casos y personajes ha generado, se someten por fin a la vindicta pública, un verdadero terremoto en los predios hasta ahora apacibles e impunes del trinque y el cohecho. Sin embargo, de los terremotos que más se habla, porque ahora mismo siguen haciendo temblar la costa de Castellón, el delta del Ebro y el Bajo Maestrazgo, es de los provocados por un alucinante trasvase de gas a un depósito submarino frente a Vinaróz.

Desde hace semanas, los habitantes de la zona vienen sufriendo el castigo de constantes temblores de baja pero perceptible intensidad, pero el mayor del pasado martes, e 4,2, ha extendido el temor y la alarma a la propia comunidad científica, que teme que esa sismicidad inducida por el llamado proyecto Castor acabe teniendo efectos incontrolables. Uno, que ha vivido varios terremotos, y no sólo en sentido figurado por cierto, sabe que con uno de 4,2 las personas que duermen, se despiertan, las lámparas se agitan, los transeúntes perciben el sobrecogedor rizamiento de las entrañas de la tierra, y las persianas mal aseguradas se desprenden. También sabe, porque lo vivió en Lugo en 1997, que pequeños pero constantes temblores aterran a los niños y desquician los nervios a los mayores, pero lo que más conoce uno es la arrogancia y la frivolidad con que, como en éste caso, se manipula y se demedia la Naturaleza para ganar dinero.

Según parece, la cadena de seísmos que perturba la vida en el norte del levante español, más de 400, tienen su origen en la reutilización que se hace de un viejo depósito de petróleo, al que ahora se le está inyectando gas para llenarlo de nuevo. No es un depósito artificial ni una cueva submarina, sino una roca porosa que, como una esponja, se impregna de lo que le echen. Pero la tierra, el mar, no entienden de las previsiones dinerarias que los cinco grandes bancos implicados en el proyecto se han hecho, sino que sienten que se les está haciendo daño. Un daño, por lo demás, de consecuencias imprevisibles.

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Rafael Torres

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