jueves, marzo 28, 2024
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Esa moda de la gran coalición

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Las elecciones alemanas, que han sido seguidas con pasión y una cierta aprensión por todos los europeos, han revitalizado las ventajas e inconvenientes de formar una gran coalición entre los dos principales adversarios que se enfrentaron en las urnas y luego deciden, no obstante, gobernar juntos bajo el liderazgo del más votado. No les ha ido mal a los alemanes con esa experiencia: al fin y al cabo, el candidato socialdemócrata fue ministro con Angela Merkel, lo que no ha impedido que, en una campaña bastante modélica, ambos hayan competido a fondo por la cancillería. Hace tiempo que siento una cauta admiración por Alemania, por la solidez de su sistema, por su seguridad jurídica y por la audacia de algunas de sus soluciones políticas: la de la gran coalición o, al menos, un importante pacto parlamentario de largo alcance, creo que hubiese sido muy conveniente para superar los enormes baches de la pasada legislatura (y de la presente) en España.

Hace tiempo que dejamos de ser ‘los alemanes del sur’, como nos llamaron en la época del despegue

Ya en 2007, en un libro que titulé ‘La Decepción’ y en cuya portada aparecían los rostros de Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero, me atreví a pedir un acercamiento, quizá hasta llegar a un pacto de coalición, entre los dos grandes partidos españoles. Quizá se hubiesen evitado algunos dislates autonómicos, comenzando por el Estatut catalán, acaso no se hubiesen cometido ciertos desvaríos económicos, empezando por aquel loco ‘plan E’, y quién sabe si se hubiesen refrenado algunos excesos derivados de la corrupción en la política. Tengo para mí que seguramente algunas encuestas, que muestran la enorme decepción de los españoles con su clase política, serían hoy más benignas tras unos años de acuerdos fructíferos para construir el país, en lugar de desangrarlo, y acaso incluso se habrían iniciado esas reconstrucciones legales, comenzando por la Constitución y la normativa electoral, que a muchos se nos antojan tan precisas.

Lo cierto es que coseché no pocas críticas con una propuesta que he repetido muchas veces en artículos y tertulias radiofónicas y televisivas. «Eres un utópico, eso no ocurrirá nunca en España», recuerdo que me dijo un importante dirigente socialista, y tampoco en el campo de los ‘populares’ suscita la idea del pacto demasiado entusiasmo, aunque otra cosa sea lo que se dice ante los micrófonos: el pacto tiene ahora buena prensa y nulos resultados. De hecho, la distancia entre los dos principales partidos es mayor que nunca, y mira que estamos ante retos institucionales, territoriales, económicos, de una magnitud tal que comprometen nuestra supervivencia como nación; pero lo que importa, o al menos eso parece, es ganar las próximas elecciones, y nada más que eso.

Quizá se trate de un tópico excesivamente manido, pero no por ello es menos cierto: creo que tenemos mucho que aprender de Alemania. Pero hace tiempo que dejamos de ser ‘los alemanes del sur’, como nos llamaron en la época del despegue, del entusiasmo europeísta, aquellos tiempos en los que nos respetábamos como nación y tratábamos de influir algo en la marcha del planeta. Por ejemplo, ¿concibe alguien el mundo de mentiras urdido en la Cataluña oficial trasladado a la República Federal? ¿Resultaría imaginable que un rector suspenda el inicio del curso académico ante el temor de que el ministro de Educación -que al fin y al cabo ya está acostumbrado a eso- y el mismísimo heredero de la Jefatura del Estado fuesen abucheados? ¿Sería imaginable el trato, francamente despectivo, que por parte de algunos recibe el Rey doliente? ¿Es concebible un primer ministro instalado en el silencio público cuando tantos le demandan explicaciones sobre el futuro? Y, en otro orden de cosas, ¿qué ocurriría por estos pagos vocingleros si el jefe del Gobierno fuese hallado haciendo la compra en un supermercado (suponiendo, claro, que el político de marras supiese dónde se encuentra el centro comercial más cercano)?

Pues eso: que yo hubiese votado en Alemania con el corazón dividido, porque, y conste que no quiero idealizar nada, había varias opciones que me parecen buenas. No estoy seguro de que pudiese decir lo mismo, sino quizá todo lo contrario, aquí y ahora.

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Fernando Jáuregui

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