jueves, abril 25, 2024
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La frontera sur de Cataluña: una mirada cosmopolita

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«Lo riu Sénia no és frontera» es, además del título de una canción, una iniciativa de la Assemblea pel Sénia, un movimiento transversal de las comarcas del río Cenia que marca la frontera entre Cataluña y el País Valenciano, dos de los Países Catalanes, en esas tierras de las comarcas del Montsià y del Baix Maestrat. No hace de frontera natural en el sentido internacional sino en el ámbito interno entre dos comunidades autónomas en un territorio de lazos comunes donde el río hace más el papel de nexo de unión que de línea de separación. Si Cataluña se hace independiente se transformará automáticamente en la frontera internacional, en esas tierras, entre el nuevo Estado y las tierras españolas que quedarán al otro lado de la frontera. La perspectiva es preocupante si se tienen en cuenta las estrechas relaciones de vecindad, lengua y cultura comunes que desmienten la separación entre los unos y los otros.

La aparición de un nuevo Estado se tiene que basar en las fronteras previamente existentes

El concepto dels Països Catalans, muy arraigado en estas comarcas por la naturaleza de las cosas se resintió en gran medida, como una herida que no cicatriza, cuando se inventó el Estado autonómico que, mejorando el estatuto de los unos y de los otros, aumentaba su separación política y administrativa en un proceso donde lo interno y lo externo empieza a vislumbrarse. Ahora hay conciencia de esta separación y miedo al nuevo alejamiento que se generaría por la independencia de Cataluña en las fronteras actuales. Y hay una regla de oro basada en la estabilidad de las relaciones internacionales que dice que la aparición de un nuevo Estado se tiene que basar en las fronteras previamente existentes, regla pensada para evitar posteriores reclamaciones de soberanía territorial. Este es un precio que los partidarios de la independencia saben que se ha de pagar pero los vecinos del otro lado, los otros, no se sienten a gusto. Esa incomodidad es inseparable de la manifestación sentida de no querer ser frontera.

Así, una reivindicación del carácter de «no frontera» del río tiene, al menos, dos interpretaciones posibles: o las comarcas del lado sur se quieren incorporar –inútilmente- al proceso de independencia, lo que constituye una reivindicación nueva no atendida; o como una carga de profundidad contra la independencia misma, en clave cosmopolita: no somos ciudadanos de Cataluña y del País Valenciano sino ciudadanos del río, nuestro río y su puente del Olivar, como símbolo de unión por encima de la fronterización a la que nos aboca el proceso. Por eso los promotores de la iniciativa deberían reclamar desde ahora un pasaporte especial para sus partidarios que los acreditara como «ciudadanos del río», una tercera categoría entre catalanes y valencianos que respondiera mejor a la estratificación entre lo local y lo global que se produce en los territorios fronterizos, auténtico test de los efectos que produce la transformación de lo interno en internacional. Ahora bien, se ha de reconocer que hay enemigos de la «ciudadanía del río» en todos los frentes.

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Julio Vives

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