jueves, marzo 28, 2024
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La memoria de los ordenadores

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Allí donde no llega la memoria de las personas, llega la memoria de los ordenadores, y viceversa. El Partido Popular, por lo que se ve, es más partidario de que la memoria, la de las personas y la de los ordenadores, no llegue a ningún sitio, acaso porque la memoria es, proyectada al pasado, la herramienta de la verdad, y, proyectada al futuro, el infalible radar de la mentira. Pero con la destrucción física de la memoria, con el grosero borrado del disco duro de los ordenadores que Bárcenas dejó en Génova, el PP no sólo no logra el objetivo que al parecer le mueve, sino que con ello convence hasta a los más reacios de la magnitud de lo que pudiera querer ocultar.

En casos como éste, por desgracia numerosos aunque, salvo el de los Eres, no de tan bestial envergadura, se repite el perverso mantra de que una cosa es la responsabilidad penal, y otra, la política, pero vinculando ambas en un bucle de solución imposible, esto es, que sólo cuando se establece en firme la primera se puede determinar la segunda, pese a que ésta es la que afecta principalmente a las personas, y más cuando el sospechoso, el «presunto» desde la óptica penal, gobierna con mayoría absoluta, laminadora y sectaria sus vidas. Quienes se abonan a esa cantinela, a ese detente-bala de la vindicta pública, saben que la Justicia en España es lenta, muy lenta, cual en el caso que nos ocupa, Gürtel, una causa que lleva cinco años instruyéndose y de la que precisamente derivan éstos lodos y éste último escándalo de la destrucción algo más que simbólica de la memoria.

Para colmo, lo legal parece en ocasiones contravenir los principios más elementales de la sensatez y hasta de la propia Justicia: los ordenadores que Bárcenas reclamó al PP, y que es probable que contuvieran información muy jugosa sobre la financiación del partido y de sus dirigentes, eran propiedad, según dictamen judicial, del PP, de suerte que, por serlo, éste ha podido «legalmente» destruir sus memorias. Sólo quedan, pues, las nuestras, salvo conejo de última hora en la chistera de Bárcenas.

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Rafael Torres

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