jueves, abril 25, 2024
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Partidos tóxicos

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A estas alturas, pasados ya unos días, el mundo entero ha escrito, comentado y hasta dibujado de todo sobre las cuatro palabras de moda: «Fin de la cita». Era un recurso retórico y funcionó; funcionó para bien y para mal. Uno esperaba -cándido- de la originalidad de los portavoces que siguieron a Rajoy que repitieran el latiguillo, pero no falló casi ni uno. Qué mal que un debate sea previsible hasta en eso. Sin embargo no se trata de reflexionar ya sobre el recurso en sí mismo sino sobre lo que se encierra tras el uso de las citas en una democracia aún joven como la nuestra.

Desde la transición han pasado tantas cosas en tantos sitios que resulta sencillísimo tirar de hemeroteca y cortar y pegar porque casi todo ha ocurrido ya en el otro lado de este bipartidismo que se sostiene a duras penas contra el viento de IU y la marea de UPyD. Y lo malo* rectifico: y lo bueno, o al menos lo normal, es que los que hoy están en la primera línea de los partidos siguen siendo los mismos que vivieron/viven todas las amargas experiencias que se pueden dar en una formación política quizás en cargos algo menores pero siempre importantes.

Aquí alguien te dice «oye, tú…» y lo más sencillo es responder «pues anda que tú…»

En apenas ese puñado de años que para la gran Historia van de 1978 al 2013, no nos hemos privado de nada: la renuncia del presidente que trajo la democracia abandonado por todos, un intento patético de golpe de estado, espionajes «aleatorios» del Rey abajo todos, huelgas generales en cada gobierno, corrupciones de todo tipo, a elegir, directores de la Guardia Civil que parecían sacados de la serie «Torrente», fondos reservados que se repartían los que los reservaban, participaciones en guerras en las que no teníamos que participar, indignados que acampaban en la plaza, pelotazos económicos y de goma, promesas incumplidas, desencantos garantizados, ejecutivos paritarios que parecían nombraban más para la foto que para el buen gobierno, intentos de secesión, cacerías de elefantes, bancos en quiebra, jueces juzgados, trileros de sociedades interpuestas, cuñadísimos, yernísimos, hemanísimos* ¡yo qué sé! Y lo peor sin duda: la guerra sucia y además equivocada con el incomprensible apoyo de muchos a los que habían sido condenados como responsables.

¿Cómo puede extrañar a nadie que en este país con sólo tirar de hemeroteca se puedan reescribir Las Catilinarias? Pero no cuatro, como el pobre Cicerón; aquí, manejando Google, tienes citas y «fin de la cita» hasta el 2020 sin moverte del portátil; aquí alguien te dice «oye, tú…» y lo más sencillo es responder «pues anda que tú…» porque aquí, como escribiera Blas de Otero, «no se salva ni Dios. Lo asesinaron».

Y si lo piensas, es bastante terrible y bastante antiguo. Cuenta el Evangelio que Jesús, en una situación extrema, como quien no quiere la cosa pronunció una sentencia cierta y descorazonadora si la aplicamos a la política: «quien esté libre de culpa que tire la primera piedra».

¿Cómo reprochar nada el PSOE al PP y el PP al PSOE? Todos los que están ahora estuvieron cuando entonces y todos los pasados pesan como losas de silencio y vergüenza. La pregunta es cómo darle la vuelta al sistema para que las citas dejen de ser armas arrojadizas. Hemos hablado tanto y tantas veces del rearme moral, de la regeneración de la democracia, de la urgente transparencia real de los partidos y sus adláteres que uno ya no tiene ni respuestas. Pero es urgente que los partidos dejen ser tóxicos y dejen de contaminar todo lo que tocan.

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Andrés Aberasturi

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