Después de leer con toda la atención posible la polémica «ley Wert», no es fácil entender la mayoría de las acusaciones que se vienen sosteniendo salvo la falta de consenso en un tema tan capital como es una reforma del sistema educacativo y una mayor participación de los enseñantes que han sido oídos pero no escuchados, si se me permite este matiz. El resto es poca cosa salvo un aumento considerable de la responsabilidad del estudiante que deberá esforzarse más para pasar de curso y que tendrá que hacer reválidas. Lo que desconcierta de esta Ley es la repercusión que está teniendo por cosas que no son ciertas y el silencio ante el problema fundamental de mantener la disparidad en las 17 comunidades autónomas. Retumban los tambores de guerra y no se entiende por qué.
Pero como aquí vale todo, nos quedamos tan anchos oyendo a Rubalcaba decir que está dispuesto a denunciar el concordato con la Santa Sede por culpa de esta Ley o a Mas afirmando que esta reforma genera «desconexión emocional».
Sólo tenemos una cosa clara: la educación es España es un fracaso constatado por todos los informes con datos y cifras
Lo del líder socialista parece ya una obsesión porque es la tercera vez que amenaza con lo mismo; lo que no se explica uno es que nunca lo haya propuesto cuando era Gobierno y ahora insista en el tema una y otra vez estando en la oposición; pero en fin, él sabrá por qué ahora sí y antes no. Sobre lo de la «desconexión emocional» de Mas, nada que decir: debo digerirlo primero pero si él o sus socios se plantean que de la defensa de la futura Cataluña independiente, se encargue el ejército francés, va a ser mucho digerir.
Vamos a ser serios -anécdota y obsesiones aparte- con la Ley para la Mejora de la Calidad Educativa (Lomce) y aclarar un par de cosas que son las que han originado buena parte de toda la polémica: la primera es que la religión, cuya nota será equivalente a la del resto de asignaturas, no es troncal, como sí lo son lengua, matemáticas o ciencias y quien no la quiera estudiar no estará obligado, aunque deberá cursar entonces la materia alternativa de valores. Así pues el debate sobre este tema no parece del todo justificado. La segunda gran polémica desde el lado nacionalista viene de algo tan elemental como el Gobierno tiene la obligación de velar por el derecho de las familias a elegir la lengua vehicular en la que se enseña a sus hijos; considerar esto un ataque a Cataluña, Galicia o Euskadi, me parece una exageración, aunque si garantizar ese derecho provoca una «desconexión emocional», la verdad, ya no sé qué decir.
Creo que es mucho más preocupante que sigan coexistiendo, pese a todo, tanto modelo de educación y no se unifiquen criterios, que no se haya escuchado más a los profesores siempre, claro, que las asociaciones no vayan con la ideología por bandera, ni de un lado ni de otro y me parece que el hecho de las reválidas no es volver a los años 60; hace falta ser muy básico para identificar un tipo de examen con el sistema franquista.
Habría que ser más serio y más rigurosos con esto del plan de educativo. Creo que se está a tiempo porque queda todo el trámite en el Congreso para ajustar cosas y buscar acuerdos. Sólo tenemos una cosa clara: la educación es España es un fracaso constatado por todos los informes con datos y cifras. Algo habrá que cambiar y ni el PP debería utilizar su mayoría absoluta para un triunfo momentáneo, ni la oposición negarse a cualquier cosa sin alternativas válidas y con exageraciones evidentes. Es la enésima vez que muchos apelamos al entendimiento en algo tan fundamental. Pues bien, será la enésima vez que nos quedemos con las ganas y sabiendo que más pronto que tarde la LOMCE pasará al ser sólo un recuerdo.
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Andrés Aberasturi