viernes, marzo 29, 2024
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Naufragio real

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Cuando las máximas instituciones de un país se convierten en sus principales factores de desestabilización no parece que puedan ser los titulares de ellas los más indicados para resolver los problemas que por su acción desconcertada y por sus errores han creado. Jefatura del Estado y Gobierno, en efecto, no solo no aciertan a enderezar el rumbo de la nave que hace aguas en los tempestuosos tiempos que se viven, sino que contribuyen poderosamente a esa sensación de naufragio que ha prendido en el ánimo, pero también en la razón y en el bolsillo de los españoles, huérfanos como nunca de ese proyecto común, esperanzador, equitativo y solidario que sería, aun en el peor de los casos, su tabla de salvación.

El Gobierno parece preocupado en exclusiva, como la propia Monarquía, en su propia salvación

Pese a lo detonante del suceso, la imputación de la Infanta Cristina como presunta cooperadora necesaria en el expolio de recursos del pueblo español no marca, ni determina, el hundimiento del Sistema cual lo conocemos desde que el Régimen anterior se adecuó, en una operación más cosmética que real, más aparente que verdadera, más superficial que profunda, a la normativa política del entorno democrático. En todo caso, no sería la imputación, sino la crudeza y la gravedad de los hechos delictivos que esboza, lo que desbordaría la capacidad de aguante y resignación de la sociedad española, que no es tan lerda como para desconocer que un ámbito hiperprivilegiado, intocable, opaco, irresponsable y tabú como el de la Corona se presta, porque nada ni nadie lo estorba, a ese y a cualesquiera otro tipo de abusos. Sedienta de democracia, esa sociedad sabe que no puede exigirla, ni esperarla, de una institución monárquica de naturaleza ademocrática, por mucho que cambie el titular de la misma, operación que, al parecer, ya está en marcha.

Pero si se añade a la acefalia que genera una jefatura del Estado en trance de descomposición e inane, desconectada absolutamente de los ciudadanos y de sus fatigas, si se le añade, digo, la penosa imagen del Gobierno, que por ser elegido en las urnas simbolizaría el corazón que debe bombear, se entiende esa nítida y generalizada sensación de naufragio, pues se trata de un naufragio real. Algo más que salpicado el partido que lo sustenta por numerosos y graves casos de corrupción, conectados algunos con la imputación a la Infanta por el Caso Nóos, y embarcado en una política abominablemente anti-social (recortes, privatizaciones, sustracción del ahorro popular, entreguismo a la banca…), el Gobierno parece preocupado en exclusiva, como la propia Monarquía, en su propia salvación.

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Rafael Torres

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